No deja de resultar llamativo que sea la animación el lugar a través del cual el cine contemporáneo busca reinventar su vocación popular. Presa de los cánones discutibles de todo negocio comercial, el cine de la gran industria parece haber perdido buena parte de su capacidad comunicante. La animación se ha convertido, finalmente, en ese lugar por explorar donde aún es posible la utopía. Al menos así ha quedado configurado el único género del presente donde cada nueva película tiene la libertad necesaria para poder crear sus propias y particulares reglas.
En ese contexto, poder crear una tipografía propia, un universo nuevo que parte de cero, nuevas leyes físicas y nuevas doctrinas, nuevos dogmas y por tanto una nueva estética crea proyectos con verdadera identidad personal. En ese sentido, Rompe Ralph triunfa ya en el mismo instante en que la creación de su universo funciona como un reclamo por sí mismo. Es tan interesante su argumento como su personalidad estética, tan importante su historia como su aspecto.
Rompe Ralph puede comulgar con el aficionado a la historia del videojuego desde los primeros minutos del prólogo en tanto que la película hace un refrescante ejercicio de documentación y de la representación fiel de ese entorno. No sólo se acerca al tema con profundo respeto, sino que se preocupa por insuflar vida propia a las máquinas recreativas que han hecho posible el milagro. Antes de que se desarrolle la premisa argumental, es muy posible que la película ya haya conquistado a sus espectadores.
La historia plantea el ansiado éxtasis de los manuales de guión: ¿no es el villano el personaje más interesante y complejo de todos los que es posible representar a partir de los arquetipos clásicos? Entonces la panacea podría ser convertir en protagonista a ese villano sin provocar una fractura en el relato que transforme a la película en un mecanismo impostor. El protagonista de la historia no está tan harto de ser el villano de su videojuego como de ser rechazado por el resto. Por eso escapa a los otros juegos que le acompañan en el salón recreativo, para lograr la hazaña que le permita ser reconocido también como héroe.
La posibilidad de que incluso los objetos cobren forma y vida propias en cada escenario planteado es uno de los alicientes de la película. Ni siquiera el mejor guión podría competir con la perfecta recreación del universo definitivo y la descripción de sus rincones más sorprendentes. Ese amor por el detalle es el que añade cierta profundidad al relato, y no un guión que en el fondo sigue estando estructurado en torno a la clásica travesía del héroe y su posterior reestablecimiento del orden.
Por eso aquí es más importante la correcta recreación del entorno que en otras películas cercanas, porque conocemos con anterioridad a los personajes secundarios que aparecen. No es lo mismo advertir a una criatura con caparazón en una esquina del decorado que a Bowser, el célebre enemigo de Super Mario. Nombre y también trasfondo se entremezclan para dar lugar a una experiencia diferente. Si el personaje además expresa sus ambiciones más personales y sus más oscuros anhelos no sólo avanza la trama, sino que generan una reacción positiva en aquellos que conozcan con anterioridad al personaje. El homenaje se retroalimenta.
En ese juego de identidades cruzadas, de villanos con corazón de oro y de héroes que ya no lo son tanto, de mundos que transmutan a voluntad o de personajes esclavos que luchan por encontrar un destino diferente de aquel para el que han sido programados, Rompe Ralph encuentra una dulce rebeldía. De repente ya no es tan importante el fondo como el deseo de trascender en él. El fetichismo y la relación con el entorno dan paso al descubrimiento de ese encuentro con el ser amado como única manera de sentirse menos solo. Incluso en un lugar tan hermoso como el que plantea este sugerente festín visual, la vida sigue siendo un lugar hostil cuyo único refugio es la conexión emocional con otra persona.
Y ahí, precisamente, desemboca el último gran triunfo de la cinta. El acierto de haber intentado que lo emocional se sobreponga a la ambición excesiva de su representación visual. Cuando Vanellope, el alma gemela de Ralph en esta historia, increpa a su compañero por intentar romper un caramelo imposible de quebrar, en el fondo está hablando de la naturaleza de ambos personajes y de la imposibilidad de escapar a su destino. La virtud de Rompe Ralph es que, más allá de las luces cegadoras, de las golosinas esplendorosas y de los grandes efectos visuales, ha sabido centrar toda su atención en esa pasión, en ese espíritu de rebeldía. En los anhelos de un personaje ficticio que consiguieron que aquel caramelo se partiera en dos.
Disney ha incluido, para su distribución en salas junto con Rompe Ralph, el cortometraje Paperman, dirigido por John Kahrs. Junto a la exquisitez de un relato pleno de romanticismo se une la celebración de nuevos adelantos técnicos que permiten la supervivencia de las dos dimensiones como instrumento narrativo en el cine de animación contemporáneo. No sólo nuevas vías, sino encontrar también una solución eficaz a un relato encandilador sobre un amor anunciado. A partir de una historia sin diálogos, la hermosa y descriptiva banda sonora de Christoph Beck y un recital de gestos cuentan algo que no se aleja demasiado de lo que intenta contar, a su manera, la propia Rompe Ralph. Que ese vínculo entre pasado y presente termina siendo el único camino para conseguir entendernos a nosotros mismos.