Prisioneros (Denis Villeneuve, 2013)

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Como si Jake Gyllenhaal aún permaneciese atrapado en el laberinto de Zodiac (David Fincher, 2007), el actor americano continúa buscando aquí las huellas de una ausencia con  la esperanza de encontrarse, cara a cara, con la esquiva verdad. Y no es el único punto en común con el filme de Fincher, especialmente cuando la imposibilidad de reparar esas ausencias se apodera del relato. Pero Prisoners es otro tipo de película y, aunque existan puntos en común con aquella, el filme de Denis Villeneuve camina por senderos diferentes.

He aquí una película sobre la esperanza. Incluso a partir del secuestro de dos niñas, del retrato de un asombroso mundo en penumbra fotografiado por Roger Deakins, o de la fatalidad de los acontecimientos propuestos. Se trata de una película sobre la esperanza y sobre la necesidad de experimentarla incluso en los escenarios más desoladores. En Prisoners, cada personaje vive la esperanza de una manera distinta, y su riqueza reside en el calidoscopio que termina ofreciendo en torno a un tema maltratado por la historia del cine y el abismo de la sensiblería inevitable. De modo que la película transita por un sendero de delicado equilibrio.

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Villeneuve dirige con pasión, y con una contención digna de elogio, un thriller que tiene mucho que ver con la estructura convencional del género. De hecho pareciera que ese armazón, ausente de toda originalidad, fuese la motivación sobre la que trabajar en torno a la posibilidad de hacer, aún hoy, buen cine de género. Las aristas saltan cuando los giros de guión más propios de un telefilme que de una película de envergadura se apoderan del relato, y ya no es tan interesante la presencia de ese inquietante vacío como la urgencia de atar todos los cabos sueltos de cualquier manera. Allá donde Zodiac encontraba su identidad, en las infinitas vueltas en círculo y en la convivencia con el vacío, Prisoners pierde la suya en el momento en que sólo persigue respuestas fáciles que ayuden a cerrar el círculo.

Prisoners es una película inteligente. Su único pecado es que se siente obligada a demostrar lo inteligente que está siendo en todo momento, redundando en sus hallazgos y alejándose de su capacidad para lo sutil. El efecto producido es el contrario, y por ahí asoman  los deseos de exhibición autoral de un realizador que desea permanecer en continuo primer plano, aún en una película como esta. El mayor valor del filme está en sus actores y en la capacidad para dirigirlos. La cámara se detiene sobre ellos, y la puesta en escena se supedita a mostrar sus emociones de la mejor manera posible. En las creaciones de los dos actores protagonistas, apasionadas y excesivas, se encuentran los mejores momentos de la película.

Lo interesante de Prisoners es comprobar el ejercicio de tensión que intenta construir desde el inicio hasta el final de su dilatado metraje, y ver cómo la trama va dando paso, poco a poco, a la revelación de su auténtico tema principal (la esperanza ya mencionada). El mayor éxito de Villeneuve, asentado aquí como autor extranjero en el corazón de Hollywood, rodeado de sus grandes estrellas, no es sólo el de dominar un género castigado por los clichés sino, por encima de todo, el talento para insuflar vida en un relato oscuro y devastado que invita a la desesperanza. En ese sentido, Prisoners es una película luminosa como pocas.

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