Planet Terror (Robert Rodríguez, 2007)

 

 Planet Terror

Todo el cine de Robert Rodríguez es, en el más estricto sentido de la palabra, de Robert Rodríguez. Él escribe el guión, edita, dirige, fotografía e incluso musicaliza sus estrafalarias películas.

Heredero de la Serie B más grotesca, el director mexicano encuentra por fin, Sin Citys aparte, un proyecto a la medida de su loco y apasionado universo gore, baratucho y pasado de vueltas, y le ofrece la oportunidad de homenajear a las películas de bajo presupuesto que vio en su juventud (el tratado artificial del negativo haciéndolo parecer avejentado y la simulación del extravío de uno de los rollos de película ayudan al espectador a entrar en ese maravilloso juego).

 

 Planet Terror le brinda también la oportunidad de mostrar un cine con un espíritu totalmente liberado de presiones formales y se muestra en su pureza más absoluta, un cine hecho para entretener y un festín de sangre y vísceras que es capaz de reírse de sí mismo y de no traicionarse en ningún momento.

Y precisamente ahí brilla Rodríguez, cuando no se le exige nada y nos hace percibir su enorme deseo de invitarnos a disfrutar con él a un puro entretenimiento, que a pesar de su planicie narrativa y de su nula credibilidad logra sacar sonrisas, asquearnos, sacudirnos y divertirnos incluso dentro de ese paradigma convencional del cine de zombies por su envidiable ritmo, y eso está al alcance de muy pocos cineastas.

Rose McGowan, por increíble que parezca, sale airosa en su co-protagonismo, y su personaje con una metralleta ortopédica promete colarse entre los iconos de la cultura pop tal como en su día hicieran Pulp Fiction o Kill Bill, aunque su calado real aún sea difícil de aventurar.

El resto de actores y personajes, ayudados por un guión socarrón que se ríe de todos los clichés del género regalando frases ridículas y diálogos imposibles pero que en el fondo parece tratarlo con cariño e infantil admiración, brillan en sus momentos de despropósito particular.

El enorme acierto de Planet Terror es que, a pesar de no perseguir ningún reconocimiento cinematográfico ni exigirse nada en ese aspecto, sí busca con ansia el entretenimiento a través del derroche del espectáculo en su más pura esencia, y uno se entrega con facilidad al desborde de carcajadas que producen sus escatologías varias, sus resoluciones imposibles y su amor bruto y poco delicado a una manera artesanal y poco refinada de hacer cine.

Y en el fondo es cine con mayúsculas, pues éste nace de la propia pasión puesta al proyecto, de las ganas de divertir y de la intención de divertirse haciéndose.

Con escenas y personajes memorables dentro de su irrisoria y banal pequeñez, queda para el recuerdo esa muleta imposible en forma de m-16 que dispara a todo lo que se mueve.