¿Cómo acercarse a una sociedad que calla? ¿Cómo representar ese silencio? La película de Christian Petzold recoge, justo tras el Holocausto, la vuelta a la sociedad de una mujer que ha sobrevivido a un campo de exterminio nazi. Su rostro quemado la ha vuelto irreconocible a los ojos de los demás, aún después de pasar por el quirófano. Nelly, así se llama, siente que ella misma ha dejado de existir al perder la identidad que le otorgaban sus rasgos originales. Es por ello que tratará, de manera imprudente y desesperada, recuperar esa identidad a cualquier precio a través del encuentro con las personas que la conocían.
El filme se centrará, entonces, en una mujer de nuevo rostro, invisible ante los ojos de sus antiguos amigos, que persigue a su marido como forma de reencontrarse a sí misma, de recuperar la vida anterior, esa que le fue arrebatada. De ese modo Phoenix puede adentrarse en la sociedad alemana que trata de apartarse del drama vivido, eludiendo hablar jamás de él. El relato termina en el mismo momento en que presenta su premisa (y el desarrollo termina en su poco sutil título), ya que el destino es conocido en desde el instante en que la película despliega su idea inicial.
El trabajo de Petzold consiste en no estropear esa idea, abandonando toda intención de escritura tras la cámara. O, dicho de otro modo, la película no admite que ninguna imagen se superponga al argumento que pretende poner en juego, una forma teatral de representación en la que la naturaleza cinematográfica del relato queda en entredicho. Basta recordar cualquier imagen construida por Alfred Hitchcock para Vértigo (1958), quizá la película a la que más claramente puede remitir Phoenix a pesar de todos sus excesos manieristas, para comprobar la nefasta operación en términos visuales que supone el filme de Petzold, sobrio hasta la incomunicación en cuestiones de puesta en escena. Las imágenes ilustran, pero no cuentan. Describen, pero no son capaces de hablar más allá de su naturaleza evidente. La ingenua colocación de una cortina basta para sugerir la transformación de la mujer de un plano a otro, revelando que el filme se ha planificado confundiendo la sencillez con la simpleza a lo largo de todo el relato.
No conviene adentrarse en el pantanoso territorio del agravio hacia las motivaciones de la protagonista, a veces convertida en personaje de difícil empatía, ciertamente detestable, irreflexivo, incapaz de aceptar consejo alguno, afanado ciegamente en conseguir sus objetivos. Al fin y al cabo, se trata de un personaje puramente metafórico en el que la lógica del trazo argumental importa menos que su capacidad para hablar de los tabúes del mundo en el que se mueve. ¿No es una contradicción casi definitiva, una película preocupada por desplegar su argumento que propone, por contra, a un personaje de naturaleza simbólica? Todo el filme está encaminado a su resolución, esa que se espera con impaciencia y que ha intentado adelantar durante todo su metraje. Cuando por fin llega esa hermosa escena final de una intensidad emocional incontestable, noventa minutos después de que el relato haya dado comienzo, quizá sea demasiado tarde.