Nothing Personal (Urszula Antoniak, 2009)

Las rupturas siempre son dolorosas. No es necesario contarlas para saberlo. No importa si no las vemos, si no son siquiera filmadas. Un anillo en el dedo anular, que ya no tiene ningún sentido. Una casa desahuciada, y una mirada perdida. En los cuatro primeros planos de la película, Nothing Personal ha sido capaz ya de narrar el desgarro emocional que a otros filmes les costaría una eternidad.

A partir de ahí, comienza la peregrinación a ninguna parte, no tanto un proceso de búsqueda de uno mismo como de autodestrucción, pues toda pérdida, todo cambio, equivale también a la pérdida de una minúscula parte de uno mismo, y asumirlo es también doloroso. Urszula Antoniak filma esa parte de metraje como un descenso a los infiernos, una imposible vuelta atrás, un proceso tan desgarrador como lo que su personaje vive en su interior.

En esa travesía sin retorno, una mujer le pregunta si necesita ayuda. Ella devuelve la pregunta, con tanto odio en su interior que sólo puede vomitar su dolor a cada palabra que revelan sus labios. Una travesía emprendida como intento de rechazar al mundo y todo cuanto éste contiene. La sobriedad de la cámara al hombro impregna cada imagen de una atmósfera ensoñadora, y cada plano parece imposible de concebir si no es tal y como ha sido rodado.

Tal vez sea esa la conjunción perfecta entre el cine y su encuadre, entre el relato soñado y el encontrar la manera adecuada de filmarlo. Y tal y como el propio cine, ella encuentra el final de su camino a los pies de una casa abandonada, en la que vive un alma muy parecida a la suya propia. Un hombre que ha perdido físicamente a su esposa y que se encuentra en otra travesía, la de abandonar también su propio cuerpo como expresión de la desintegración de su propia alma.

No habrá preguntas. No es necesario contar las rupturas para entender lo dolorosas que son. No importa si no las vemos, no importa si no son filmadas, o si los cuerpos ya ni siquiera existen. Que existan sólo las miradas hostiles de dos desconocidos, que se abrazan a la vida en reticente comunión para poder encontrar, al menos, un resquicio de supervivencia capaz de alumbrar un nuevo comienzo.

Finalmente, esa relación no estará lejos de aquella pregunta que una mujer le hace a la protagonista durante su peregrinaje. Un ofrecimiento de ayuda que es, en el fondo, la más desesperada de las peticiones, pues el hombre sabe que ayudar a otro ser humano es la única manera de redimir su alma por completo.

Es difícil concebir mayor historia de amor en el cine contemporáneo. El amor de la gratuidad, del sacrificio mutuo, del compartir cotidiano y de los pequeños detalles. Una relación de la madurez que puede existir porque viene de dos personas que han conocido el sufrimiento auténtico, de quienes han perdido al ser amado, de aquellos que han aprendido que el salvarse a sí mismos sólo puede venir del amor incondicional al otro.

En esa calidad humana de la película y de su relato tiene mucho que ver el descubrimiento internacional de Lotte Verbeek, un ángel en la pantalla, capaz de la intensidad más desgarradora como de una delicadeza sublime. La cámara no puede escapar a su embrujo, y en sus matices descansa toda la fuerza emocional de una película sencilla. Stephen Rea encarna a la perfección el rostro de aquel que lo ha perdido todo, pero que sigue sonriendo a la vida como perfecta respuesta de quien sabe que ésta no es otra cosa que un auténtico regalo.

Que el desenlace de Nothing Personal se ajuste al desarrollo convencional de lo que hubiera sido una historia previsible, no es nunca un acto de cobardía. Es el reto de asumir el ciclo de la vida, como motor de las respuestas a lo que resulta imposible explicar. Es la continuidad natural que funcione como punto y aparte en el errar de una vida que busca el sentido que perdió con ese anillo en el primer plano de la película. Que incluso esa meta final sea un punto más en el camino, y no el auténtico final de una travesía que nunca termina.

Porque lo que nuestros cuerpos han pensado, lo que han sentido, lo que han vivido, se marchará para siempre con nosotros. Pero todo lo que hemos amado permanecerá en este mundo con la impronta de nuestros gestos impregnados sobre ellos. El amor que depositamos sobre nuestros seres queridos quedará para siempre en el interior de sus cuerpos. Y este milagro de película ha sabido filmarlo.