Con esta Noche y Día, James Mangold firma su peor película. Y no porque su trayectoria sea excesivamente brillante, sino porque su cine hasta ahora se había ocultado en la búsqueda de una identidad como autor que nunca llegaba, diluida como estaba en su gestación perezosa en el seno de los grandes estudios.
Y es la peor porque, si bien en un principio sus películas estaban escritas por él mismo, el paso de los años ha obligado a su cine a depender de otros escritores, de la pluma sin identidad que recorre el cine de masas.
Hasta otros cuatro guionistas colaboran en Noche y Día junto con el director para tratar de encontrar la llamada panacea comercial: la unión perfecta de acción, comedia y romance a partes iguales, engarzadas de manera armoniosa y natural.
Y todo ello funciona con unos Cruise y Díaz que han venido únicamente a divertirse, siempre que la película se centra en sus dos personajes principales y mientras no se toma a sí mismo demasiado en serio.
El problema es que Noche y Día cree que debe sobrevivir siempre bajo el hilo argumental de una mala película de espionaje, y lo recuerda justo en el peor momento, cuando la (imposible) química entre los actores consigue que todo fluya.
Es entonces, justo cuando la cinta se ve ahogada en las clásicas tramas que incluyen al FBI y a la caja de Pandora que todos los personajes anhelan, cuando todo atisbo de identidad se pierde. El acierto inicial queda convertido en minúsculo divertimento. La premisa de cierto encanto queda reducida a las naderías de un filme de acción sin sustancia.
James Mangold se convierte, una vez más, en lo único que ha conseguido llegar a ser: el artesano impecable de un cine que lucha angustiosa y constantemente por mantener el interés.
Que Tom Cruise desprenda algo de magnetismo (o es sólo que su personaje está escrito con cierta gracia?) y que su química con Cameron Díaz funcione hasta tal punto que los gastados tics de mala comedia de la actriz permanezcan en un segundo plano, sitúa la película a un nivel superior al de la inconmensurable nómina de filmes que han intentado unir acción y romanticismo en sus argumentos imposibles, pero no es capaz de desvincularla más allá de los cánones consabidos de las cintas mediocres.
El esperpento acontece justo en un momento crítico para la película, un San Fermín que se celebra en plena capital andaluza, llamado a convertirse en un error histórico de proporciones descomunales.
Que ocurra algo semejante en una película que pretende llegar a todas las latitudes posibles, más aún cuando Jordi Mollà, un actor español, encarna al villano principal de la historia, evidencia la confianza que tienen los hacedores del filme en la inteligencia de sus espectadores.
Qué puede esperarse, pues, de un filme escrito por cinco personas diferentes que no temen hacer gala de una ignorancia geográfica de tal calibre? Lo triste no es el error que se comete, sino lo poco que parece importar a todo el mundo.