Hace ahora tres años, una brillante idea artística que tuvo su origen en una película conjunta sobre París de los autores de la nouvelle vague, concibió la creación de un filme que aglutinaba pequeñas historias sobre la capital francesa, cada una escrita y realizada por un autor diferente.
París Je T’aime juntaba a muchas de las grandes personalidades artísticas (las que flirtean siempre con el cine comercial) para crear un mosaico de puntos de vista sobre la ciudad y el amor que se volvía pronto una estupenda celebración del arte, del concepto de cine como visión única y personal de la vida y como explosión creativa conjunta.
Tres años después, como digo, se cierra el segundo de esos proyectos, un filme que elige Nueva York como enclave geográfico, físico y emocional y que escoge un set de autores diferentes para intentar formar un nuevo collage artístico capaz de sostenerse durante hora y media.
Sin embargo, y por desgracia, New York, I Love You no es París, Je T’aime, ni se le parece. El problema de base está en los directores que participan, incapaz de ser comparados con sus predecesores, seguramente por un criterio más comercial que creativo, y sin duda muy poco selectivo. Y cuando el criterio de arte deja de prevalecer, el proyecto se viene abajo.
La película se convierte desde su inicio en una postal desdibujada y sin personalidad de resquicios aislados de la ciudad donde no existe ningún discurso coherente ni ningún hilo conductor. Las historias se suceden, a cual más absurda, a cual más simplona, para dar lugar a una colección de banalidades en las que la cursilería es el adjetivo que destilan los relatos en toda su extensión.
Temerosos ante la falta de conexión entre los relatos, cosa que en el filme anterior dotaba de identidad propia a cada una de las historias, el montaje aquí se dedica a segmentar las historias y a distribuirlas por todo el metraje tratando de crear una supuesta continuidad que lo único que consigue es ahogar las historias que destroza y acrecentar la sensación de que no hay unidad narrativa y que nada se sostiene por sí mismo.
Ni siquiera la celebrada presencia de Natalie Portman y otros directores noveles salva la película. Sus historias son edulcoradas y carentes de personalidad propia. Tal vez rodeada de otro plantel artístico, el corto de Portman hubiera lucido como la entrañable visión de un autor primerizo, pero aquí se convierte en uno de los pilares fundamentales de la película, uno de los pocos focos de interés que no son suficientes para sostenerla.
Da que pensar, viendo el bajo nivel de las propuestas, cómo sería el cortometraje que rodó Scarlett Johansson que no pudo entrar en la selección para el montaje definitivo.
La sensación final es la de un anuncio televisivo que sucede situaciones con actores de primer orden sin sentido ni interés alguno. Una película basada en la creación artística que cuando abandona su idea de base y se entrega a la vorágine de lo comercial, pierde todo su sentido y utilidad.