*Aurum estrena Nausicaa en algunos cines de España con motivo de su distribución por fin en una edición en DVD a la altura de la película.
Antes de las aventuras monumentales de El Viaje de Chihiro, antes del éxito comercial de El Castillo Ambulante, la ternura infantil de Mi vecino Totoro o las batallas asombrosas de La Princesa Mononoke, ya existía Nausicaa en el valle del viento.
Antes de la consagración mediática en los años noventa del Studio Ghibli y de la autoría de culto de Hayao Miyazaki como director de las mejores obras de animación del planeta, Nausicaa en el valle del viento había visto la luz en forma de auténtica declaración de intenciones, primero como manga, y finalmente, cuando los productores pudieron comprobar el suntuoso imaginario del autor en las páginas de aquellos dibujos, en forma de película.
En Nausicaa ya está el discurso ecológico de Miyazaki, está su amor por los artilugios aéreos y está también el viaje epopéyico de una niña que lucha buscando su propia identidad. Están, en suma, todos los elementos que han conformado el universo Ghibli desde su comienzo.
Con una de las mejores partituras escritas por Joe Hisaishi en su carrera musical, antes de la música para Takeshi Kitano o para el propio Miyazaki, en Nausicaa ya se advierten todas las señas de identidad de Ghibli perfiladas por primera vez, pero en ella hay algo más.
Hay una sensación épica que no se encuentra en muchas otras obras del autor nipón, la sensación de una travesía absolutamente descomunal y vital que desemboca en el primer viaje iniciático de Nausicaa, la primera hija del Studio Ghibli y primer símbolo también del final de la infancia y el encuentro con uno mismo.
Nausicaa es curiosa, pero también respetuosa, valiente, está asustada e interrogada por sí misma pero también está firmemente decidida a encontrarse. Unos rasgos que luego tendrán también Chihiro, Mononoke, Nicky o incluso Ponyo.
Hay un amor por la animación primigenia del estudio, la que conformó los personajes televisivos de Sherlock Holmes, Heidi o Marco, pero a una nueva escala, de tamaño inabarcable, de duración desbordante y de pretensiones abrumadoras.
En la historia de Nausicaa puede intuirse la mirada de David Lean, pero también están las miradas de John Ford y Akira Kurosawa. Hay una mirada épica que el cine moderno ha perdido y que estos dibujos animados contienen en cada uno de sus fotogramas. Se trata de un momento único: ninguna otra película de animación tendrá el sentido épico y la espiritualidad que destila ésta, aún cuando sus maneras técnicas sean del todo primitivas.
En ella se encuentra el espíritu de su creador, que con el tiempo sería capaz de firmar un buen puñado de obras maestras en el campo de la animación, y algunas de las experiencias cinematográficas más importantes en las dos últimas décadas. El espíritu de un autor condensado en los fotogramas y las imágenes de una película realizada con absoluta honestidad y entregado amor a su profesión. ¿No debería ser ese el sentido último del cine?