El cine de género se caracterizó siempre por la multiplicidad de los puntos de vista, por la riqueza que generaba la confrontación de miradas e intereses distintos entre los personajes que poblaban el mundo de un cine condenado a desintegrarse.
Basta para distinguir una buena película de una mala cuando la mirada y el interés del relato, su premisa dramática, parte hacia una sola dimensión, haciéndola plana. Un solo personaje sobre el que gira toda la historia, todos los planos del filme, y todo lo que ocurre a su alrededor está estereotipado y construido en base a retazos desdibujados.
Es lo que ocurre aquí, en la séptima película de un autor que se ha encontrado por fin con un nivel narrativo de gran altura gracias a su tesón, pero al que se le ha dado carta blanca antes de tiempo. Se le considera un prodigio antes de que haya conseguido siquiera firmar una obra completa, que esté a la altura de las ambiciones de su premisa inicial.
Mientras duermes es un thriller psicológico sólido y resolutivo, asentado en la tradición del género. Su historia no resulta desconocida: un hombre que no encuentra sentido a su vida y que termina disfrazándolo bajo el placer enfermizo de destruir la de los demás sin dejar ninguna huella.
¿Pero bajo qué motivaciones? ¿Acaso filmar al personaje a punto de lanzarse al vacío es motivo suficiente que justifique sus actos posteriores? ¿Se trata de un argumento del todo gratuito, o es simplemente una película que se justifica en el mero hecho de haber sido capaz de ponerse en pie?
Puede que ese sea el mayor error de Mientras duermes, un error de planteamiento. Una película construida bajo el modelo americano de terror clásico, cuando resulta evidente que, por un sinfín de razones y de matices, el traspaso cultural al que se ve sometido el género lo convierte en algo absolutamente forzado. Es más un filme que grita que es posible hacerlo, acercarse al modelo americano, que lo que cuenta por sí misma.
Es un error que, tal vez, haya encontrado ya su punto álgido con Celda 211 (Daniel Monzón, 2009), un proyecto nacido con la intención de acercarse al modelo comercial americano sin perder algo de su identidad nacional. Lastimosamente, el éxito de aquella película no confirmó el ansiado “es posible” que buscaba el cine español para luego continuar buscando nuevos caminos narrativos y una identidad propia, sino que abrió la veda definitivamente para copiar un modelo industrial que aquí resulta del todo insostenible.
Tal y como exigimos al cine de grandes presupuestos la absoluta excelencia, sólo por el mero y anodino hecho de encontrarnos ante un producto nacional no debemos ser más permisivos que frente a otras cinefilias. Mientras duermes tiene grandes momentos, y en más de una escena la capacidad de identificarnos con el psicópata de turno es soberana, pero es igualmente necesario comentar sus enormes lagunas, su final intrascendente y la dimensión plana que comporta todo el relato y que le impide despegar.
La música de Lucas Vidal es el exponente definitivo del que hablan también todas las demás disciplinas de la película. Una banda sonora construida en base a células cortas capaces de crear atmósfera pero sin ninguna riqueza narrativa. La orquestación y las melodías del Alexandre Desplat de Reencarnación (Jonathan Glazer, 2004) son copiadas aquí con descaro. Una vez más, el mérito de lo que acontece es por el “aquí también es posible hacerse” y no por los méritos propios de lo compuesto, lo escrito, lo interpretado o lo filmado.
Excelente interpretación de Luis Tosar, que convierte ya en costumbre el hecho de que las películas en las que participa sean un tour de force de creación interpretativa y los argumentos queden siempre en un segundo plano. Una dinámica peligrosa para el cine que genera por su falta de interés, pero desde luego muy enriquecedora para sí mismo.
Jaume Balagueró continúa su imparable camino hacia encontrar un lenguaje propio como autor, de una fuerza visual imponente. Sin embargo, antes es del todo necesario abandonar la mentalidad de los complejos y del cine pequeño. Nada de “es posible”, nada de “no está mal”, nada de “se parece a”, nada de “está filmado igual que”, nada de “para ser española”. El cine del país tiene la capacidad de respirar por sí mismo y ya lo ha demostrado muchas veces. No hacen falta más demostraciones de nuestra valía. Lo que hace falta es continuar caminando hacia la búsqueda de un lenguaje propio y dejar de mirar a otras industrias.