Contagio (Steven Soderbergh, 2011)

La existencia de Contagio es una excelente noticia, en tanto que es la película que mejor ayuda a entender toda una filmografía, la de un director que no ha dejado nunca de buscar nuevas vías y caminos diferentes para contar sus historias.

Ninguna otra explica mejor su cine. Es esta una clásica película sobre la enésima amenaza mortal que se cierne sobre la humanidad, un virus que se expande a una velocidad alarmante por todo el planeta de una manera silenciosa y devastadora. He ahí una síntesis de todo el cine de Steven Soderbergh, un cine que parece estar manejando siempre un material interesante pero que en realidad, como las cepas de un virus, se trata de una amenaza invisible. Un interés que no es capaz nunca de hacerse ver.

El virus se genera, se extiende, y Soderbergh concentra su atención en un sinfín de focos de atención diferente. Cómo se expande, quién sufre las consecuencias, quiénes lo gobiernan, quiénes lo estudian, quiénes lo contraen. ¿Qué interesa al director en esta historia? ¿Sus personajes, el proceso global que acontece, o tal vez no sabe siquiera decidirse por una de todas las ramas que dispara el relato? Apuntar a muchos blancos pero no disparar a ninguno, sólo dejar el apunte como si eso fuese un acto de valentía, cuando implica en realidad todo lo contrario.

El realizador filma y monta la película a modo de documental, como si todo estuviese ocurriendo en tiempo real, ante nuestros ojos. Al mismo tiempo, es un director que ha sabido siempre dónde colocar la cámara para obtener resultados interesantes, un ojo de halcón para el plano diferente y original. Pero… ¿No iba preso el relato de la filosofía de un documental? Preciosismo visual versus realismo, filosofías que se contradicen. Planteamientos en la planificación de rodaje que se traicionan a sí mismos por la incapacidad de intentar filmar de otra manera.

Jugar a plantear un cine documental en tiempo real remite inevitablemente a la figura de Paul Greengrass, quien firmase United 93 y luego tomase con pulso maestro las dos últimas entregas que componen la trilogía de Bourne. Soderbergh no tiene el mismo aplomo, ni la misma capacidad de control para poner en escena tantos frentes ni montarlos con la misma habilidad. Sólo tiene unas intenciones exhibicionistas latentes en ideas cinematográficas ambiciosas que generan una inevitable admiración en el espectador permeable a las reacciones más primarias.

Porque de eso va el cine de Steven Soderbergh, de la exhibición continua de un autor al que muchos consideran un niño prodigio del séptimo arte. Los males que sus películas llevan siempre por bandera son los mismos que ahora ahogan a un buen thriller como Contagio. Por un lado, el tratamiento de un tema de rabiosa actualidad y de alarmante caducidad, en este caso la época de paranoia y pánico generalizado ante las catástrofes mundiales. Por otro, esa constante exhibición de superficial inteligencia que nos termina alejando del relato. 

Contagio comienza con el primer plano de una mujer casada. ¿Cómo lo sabemos? La imagen es del todo plana, pero sobresale por encima de todo el enorme anillo que lleva en su dedo. Es la prueba definitiva de cómo el cine de Sodebergh es del todo estéril, porque no tiene la humildad necesaria para que sus numerosos hallazgos narrativos estén al servicio de un relato, sino que esos hallazgos estén en primer plano, que sean siempre los auténticos protagonistas de su película. No le basta con utilizarlos. Tiene que exhibirlos. Sus películas no hablan de historias, sino de lo geniales que son sus decisiones. 

¿Es mejor la película sólo porque Jude Law aparezca interpretando un papel pequeño?  La impostura de un reparto totalmente plagado de grandes estrellas queda en evidencia cuando, con muchísima diferencia, la mejor actriz de la función resulta ser Jennifer Ehle, una desconocida para el gran público que aquí, con apenas unas pocas escenas para desarrollar su papel, consigue desarmar las interpretaciones vacías de sus compañeros con la simple profundidad de su mirada.

Contagio es un thriller construido por encima de la media, y una de las películas más realistas y mejor filmadas sobre el tema al que quiere acercarse. Su ambición, sin embargo, le pierde en un constante aliento de aburrida grandilocuencia. Puede que sus últimos minutos sean los mejores, cuando Soderbergh regala un epílogo que se coloca entre lo mejor de su carrera. Su filmografía por fin encuentra, en una de sus películas más comerciales, la confrontación definitiva entre todas sus virtudes como narrador y la incapacidad de acercarse al arte de verdad con todas ellas.