Maps to the Stars podría empezar allí donde terminaba Cosmopolis, con Robert Pattinson en el interior de una limusina o, si se quiere, mirándolo a través del prisma retorcido y alucinado de las ficciones de David Cronenberg, como si esta nueva película fuese una versión bastarda de aquella, una que ha dejado de maldecir al capitalismo para situar la mirada sobre la fábrica de sueños y su capacidad para generar pesadillas.
Pero Robert Pattinson ya no es la figura protagonista, sino una marioneta más del pequeño cosmos que ha entretejido Cronenberg en este relato coral, quizá uno de sus guiones más redondos por la ingenuidad de su desarrollo, lejos de las ambiciones que exhibían algunos trabajos anteriores, y por la profundidad de su discurso, en el que trata de desmontar la cosmogonía de la gran industria a partir de ejemplos concretos, fácilmente extrapolables a la cultura popular del presente.
En su lugar es Agatha Weiss (Mia Wasikowska) quien sirve como epicentro de este drama familiar que termina filtrándose a través de todas las capas de un maltrecho Hollywood. Agatha encarna la imagen misma de la gran industria: alguien que disfraza las quemaduras de su cuerpo (cuyo origen es también la génesis del relato) con unos glamurosos guantes que la embellecen, pero que impiden también que nada de lo que hace salga de sus propias manos. Una cruda metáfora de la impersonalidad por la que están regidos los grandes ídolos de masas, al igual que el retrato de su hermano pequeño, una joven estrella multimillonaria que se ha vuelto cínica y desencantada antes incluso de haber empezado a vivir.
Cronenberg sitúa a estas dos criaturas como hijos de un accidental matrimonio entre hermanos. Se trata de una dura visión que viene a ilustrar cómo la figura del ídolo juvenil está condenada desde su propio origen, y que sustituirlo por otro no viene a cambiar las cosas si no es transformando la propia factoría que los produce. Cada detalle de los personajes ideados por el cineasta parece consagrado a poner en cuestión los aspectos más sombríos del sistema del que intentan nutrirse, y en ese sentido se trata de clichés que han perdido cierta fuerza emocional, trabajando únicamente al servicio de las metáforas evidentes que proponen.
Tanto Havana Segrand (Julianne Moore) como Stafford Weiss (John Cusack), funesto padre de las dos criaturas mencionadas, encarnan aquella manera en la que Hollywood (y América por extensión) trata de curar su incomunicación a partir de una falsa espiritualidad que les redima de algún modo. El ejercicio y la relajación alivian el alma mientras que la celebridad se ha convertido en el único dios posible. De ahí que Agatha repita incesantemente las palabras del poeta Paul Eluard (Libertad), para no olvidarlas, para que el entorno que ahora la rodea no la engulla como al resto, para no permitir que su propio espíritu también se corrompa y para no olvidar quién es en realidad.
¿Pero es posible ser uno mismo en un mundo corrompido? Cronenberg plantea las fisuras de este microcosmos para terminar revelando que, si ese universo aún no se ha derrumbado, es porque se protege continuamente a sí mismo en un inaudito ejercicio de egocentrismo. En ese sentido cobra una vital importancia una escena en la que, presa de unos terribles e irrealistas efectos digitales, un personaje incendia su cuerpo. En esta película la irrealidad de lo digital cobra todo su sentido, en tanto que el verdadero sufrimiento de los personajes no es tangible ni real, sino simple munición para las revistas del corazón, que comercian con ello. La inmolación del personaje no puede entenderse desde fuera porque al resto solo le importa defender su particular ración de popularidad.
David Cronenberg continúa filmando con una sobriedad por momentos desconcertante, haciendo uso de sus habituales lentes, ligeramente deformadas, con las que acercarse a un mundo también distorsionado. Pero sus monstruos ahora tienen un aspecto impecable. La ingenuidad y la simplicidad de las figuras narrativas juegan en contra de Maps to the Stars. Pero la película también encierra una hermosa, afligida e inspiradora visión del mundo: al acercarse al mundo de la fábrica de sueños, la retorcida mirada del cineasta ha conseguido despojarlo de su inmaculado velo y revelar, al fin, su auténtico aspecto.