Es esta una película profundamente apasionada e inevitablemente ingenua. Quizá sean, en realidad, las dos grandes virtudes que hacen extraordinarias a las películas. Apasionada, porque Ryan Gosling ha dirigido su primer largometraje bajo una profunda devoción hacia los personajes que construye, acercándose a ellos, sufriendo con ellos y celebrando en todo momento su condición de héroes anónimos. Ingenua, porque para plasmar su relato en imágenes ha acudido al universo visual de sus autores más amados, amén de servirse de muchos de los recursos de aquellos cineastas con los que también ha trabajado desde su faceta de actor.
Lost River se acerca la cruda historia de una familia a punto de ser desahuciada. El tono realista entra en crisis cuando el realizador plantea la existencia de una dimensión onírica en la que se terminarán desarrollando los acontecimientos. Si bien el equilibrio parece sugerente desde el punto de vista puramente estético, los saltos entre realismo y ensoñación permiten en realidad, que el autor pueda huir de uno y de otro en cuanto su capacidad para escribir en imágenes se vea comprometida. Algo así como jugar entre dos universos distintos para no tener que responder del todo ante ninguno de ellos.
En las imágenes concebidas por Gosling resuenan los ecos de su compañero Nicolas Winding Refn, tanto por su radical paleta de colores como por la relación de los personajes con el espacio. Su estética recuerda mucho también a los planteamientos formales del último Harmony Korine (Spring Breakers, 2012). No en vano Gosling cuenta con Benoît Debie, el director de fotografía de aquella inspiradora película. Quizás su punto de resonancia más cuestionable fuese su cercanía con el universo imaginario de David Lynch. Y aunque habría que cuestionarse, primero, qué significa emular al autor de Carretera perdida (1997), bien es cierto que la evocación de ese mundo poético juega más en su contra que las virtudes que extrae de ello (los planos de la película palidecen ante el tono inquietante, nunca gratuito ni forzado, de cualquier escena filmada por Lynch).
Pero tal vez la referencia más inmediata, y la que parece menos popular, sea la aproximación a una dimensión realista de la trama a partir de una estética muy cercana a la de otro compañero de Gosling, el director Derek Cianfrance, del que Lost River bebe de manera abundante: la presencia de la naturaleza, la elección de los primeros planos, los movimientos de cámara, la elección de la cámara al hombro… Todo parece dispuesto como si se tomase a Cruce de caminos (Cianfrance, 2012) como un auténtico manual de estilo. La elección no puede chocar más con aquellas escenas en las que el relato se hunde en las profundidades de la abstracción y el color y sus tonos se vuelven protagonistas. De nuevo, huida hacia delante, acumulación de referencias con las que disfrazar las auténticas capacidades del nuevo cineasta.
Lost River no deja de ser en ningún momento una película honesta y valiente, puesto que lo que persigue Gosling no es una celebración de su propio talento tras la cámara, sino que simplemente busca las formas más poderosas y atrayentes con las que hacer realidad su historia. Quizás donde se encuentre el gran fracaso del filme no sea en la coherencia interna de su relato ni en la crudeza de esa radiografía en torno a la América menos adinerada, sino en la esterilidad de los símbolos que intenta construir. Una casa en llamas, una máscara que aprisiona el cuerpo… La película parece más preocupada por generar esos iconos que por preguntarse su auténtico significado o su verdadera utilidad. Están ahí por pura intuición, por el deseo de construir una historia en imágenes, y quizá haya que elogiar esa búsqueda sea cual sea el resultado obtenido porque habla de la ambición de un nuevo autor por encontrar su propio camino y huir de toda complacencia.
No se trata de un camino fácil: Ryan Gosling no quiere limitarse a firmar un largometraje copiando a sus mayores, sino aprendiendo de ellos. El resultado que parece dejar Lost River tras de sí es que el actor, ahora director, ha sabido encontrar aquellas citas, aquellas alusiones, que permiten que su película avance, pero aún no ha encontrado una voz propia como cineasta que ayude a diferenciar las imágenes de su película de las de aquellos creadores a los que se ha intentado acercar.