1. En 1901, una película llamada The Little Doctor and the Sick Kitten (George Abbot Smith) presentaba un primer plano que habría de inscribirse como el primero jamás hecho. No sólo no sorprendió a la audencia, sino que el salto parecía natural, cuenta Mark Cousins en The Story of Film: An Odyssey. Más de cien años después, un joven cineasta ha venido a cerrar el círculo aún sin saberlo. Gabriel Azorín filma la primera escena de Los mutantes en un solo plano general, como si defendiera que ya no se puede regresar a la época del primer plano como elemento explicativo, como lugar común en el que perderse. Y la situación es especialmente tentadora en ese sentido: unos estudiantes de cine acaban de terminar su sesión de rodaje y limpian juntos los dibujos de las paredes que han servido como decorado. La cámara podría haberse detenido en los detalles de sus manos, en la pared manchada que vuelve a su blanco inicial… Pero para Azorín, el cine ya no es eso. La belleza del gesto en mantener el plano desde la distancia produce todo lo contrario a un distanciamiento: se trata de alguien que observa y que no quiere abandonar jamás la escena, como si quisiera revivir su propia época de estudiante pero supiese que esa regresión también es imposible. El cineasta propone el gesto de la espera, del acompañamiento. De ahí la valentía de la película por terminar mostrando lo que nunca se muestra: aquello que hay detrás, el instante nada glamuroso de tener que limpiar todos los fuegos artificiales que el cine ha dejado a su paso.
2. Las grandes películas parecen buscar, en tiempo real, unas coordenadas que las arrastren a su propio final. Se diría que esas películas «piensan», de alguna manera, o al menos contienen dentro de sí esa reconfortante sensación de estar vivas. En el segundo capítulo de Los mutantes, unos estudiantes discuten con sus profesores en la sala de proyección tras contemplar los trabajos en la pantalla. La película muestra sus rostros, sus gestos reflexivos, su mirada perdida. ¡Son primeros planos…! Pero muestran a personas que ven cine en una pantalla, como si ellos estuviesen fuera y no perteneciesen a él, lo que refuerza la idea del primer plano como un lugar al margen de un nuevo territorio cinematográfico. Profesor y alumno mantienen su debate hasta que, de repente, el sonido ambiente desaparece, los diálogos se apagan y sólo quedan aquellos rostros que piensan mientras dirigen sus miradas hacia la pantalla vacía. Como pieza planteada a modo de homenaje por el aniversario de la ECAM (Escuela de Cinematografía de la Comunidad de Madrid), Los mutantes tiene un importante peso emocional en sus imágenes, aún cuando la puesta en escena parece huir de toda afectación. De nuevo el tiempo se suspende, la experiencia de acompañamiento de los profesores se convierte en algo eterno, todo queda en silencio… Quizás sea la forma más sentida de filmar la escuela como lugar en el que quedarse.
3. Cuando Jonás Trueba filmaba a aquellos niños en los instantes finales de Los ilusos (2013), venía a representar, en cierta manera, el estado de ánimo de todo un país: los niños jugaban con viejas cintas de cine y esparcían el celuloide por toda la casa. ¿Qué iba a ser de esa generación en un país como este? ¿Qué será el cine para ellos?, parecían preguntarse esas imágenes. Gabriel Azorín dedica el tercer capítulo de Los mutantes a las escenas, en apariencia furtivas, de una sesión de rodaje. Un ejercicio observacional que trata de introducirse, como ocurría en el primer capítulo del documental, en lo que nadie más es capaz de ver. La calma reflexiva del segundo capítulo ha desaparecido: ahora hay prisas, el caos de la producción, voces que se interpelan unas a otras, rostros desconcertados captados desde la lejanía. Esto también es el cine, dejar de preguntarse qué ocurrirá con aquella generación y salir a filmarla. Ya no hay primeros planos, ni tampoco hay película, sólo queda el vaivén de los desconciertos humanos, la experiencia del presente de no saber nunca hacia dónde se avanza. Se trata de unas imágenes inocentes que vienen a recordar que, ante el cine, todos somos niños. Como en ese prólogo que da inicio al documental y en el que aparece una pantalla en blanco y las letras de un guion imaginario, allí donde todas las imágenes son aún posibles, Los mutantes de Gabriel Azorín es una conmovedora película que nos recuerda que en el cine todo está aún por hacerse.