Las mejores películas de 2019


20 – A Rainy Day in New York (Woody Allen) – La primera vez que vi Día de lluvia en Nueva York no me lo podía creer. Todo me parecía un disparate, muchos de los diálogos parecían clichés, a Storaro se le había ido la mano con la luz y no parecía haber nadie al timón… Pero entonces un personaje habló de que todo en la vida le parecía una farsa, y entonces recordé Desmontando a Harry (1997), cuando el protagonista confiesa que siente que vive a saltos, emborronado, y efectivamente, la propia película se convertía en eso mismo y no dejaba de haber cortes abruptos e inesperados. Las mejores películas de Woody Allen se transforman en aquello mismo que somatizan sus personajes. La escena final de Día de lluvia en Nueva York, un cliché imposible de creer, pone de relieve la visión de alguien que quizás ya no tenga ilusión por nada salvo hacer cine, y entonces me di cuenta que la película no era más que la puesta en escena de ese desaliento. Va a ser muy duro tratar de conciliar la obra de este autor con lo que hemos conocido de la persona, pero es importante situar Día de lluvia en Nueva York como la pieza reciente que mejor pone en duda un cierto cine romántico en el que nada es realmente cierto.

19 – That Which Does Not Kill (Alexe Poukine) – En este documental, la cineasta Alexe Poukine pone en boca de otras doce mujeres y dos hombres el relato de Ada, una joven de diecinueve años que sufre una violación y se lo cuenta a la realizadora nueve años después de que haya ocurrido. Al interpretar el texto, las personas incluyen en el relato experiencias personales de violencia, lo que crea un caleidoscopio en el que la violación permanece velada en cada una de las historias. La precisión de sus encuadres, la querencia por el plano fijo, la belleza de la imagen estática o la sinceridad de los testimonios son unas armas estéticas que permanecerán irrenunciables a lo largo de la película. ¿No significará algo como esto la búsqueda de la verdad a través del cine?

18 – Parasite (Bong Joon-ho) – Había una vez un niño que jugaba a hacer cine. Empezó inventando el thriller del siglo XXI hace ahora quince años, como quien improvisa un juguete nuevo y aún no sabe las consecuencias, aún no sabe que va a darle la vuelta a todo el cine que vendrá después. Luego quiso jugar a ser Godzilla en el mundo moderno, y ver qué hacía eso con una familia desestructurada: si al destruir las estructuras del mundo, la familia volvería a estructurarse. Hace poco quiso jugar a ser Spielberg, y ver si aún tenía sentido escribir un relato ecológico en tiempos de crisis medioambiental. Y este año se puso a jugar a ser Hitchcock, y lanzar una mirada (una advertencia quizás sea la palabra más apropiada) sobre las clases sociales del presente y la imposibilidad de que sus mundos puedan tocarse. Pero no podía quedarse en la pura imitación: para él, el juego consiste en comprobar si a partir de ese lenguaje puede poner también algo de sí mismo, hablar de su propia manera de ver el mundo. Parasite podría exhibirse en las escuelas de cine para explicar cómo hacer cine, cómo relacionarse con la cámara y el espacio, cómo poner en escena a todo un grupo humano, pero por encima de todo puede admirarse por ser, desde los tiempos de Kubrick, o quizá desde el primer filme de Lanthimos, la advertencia más afilada sobre el futuro que estamos construyendo.

17 – Giraffe (Anna Sofie Hartmann) – Puede que esta pequeña película alemana sea uno de los grandes estudios sobre el espacio y la manera de relacionarnos con él que haya dado el cine de este año. En ella, una entregada Lisa Loven estudia la viabilidad de demoler un edificio histórico mientras está a punto de construirse un túnel entre Alemania y Dinamarca. Un futuro que se abre paso desintegrando el pasado… Al tiempo que hace su trabajo, la protagonista sigue en búsqueda de su propia identidad, siempre en lugares ajenos, extranjera en su propia tierra. De alguna manera, el filme de Hartmann pone en tela de juicio la manera en que se construye un presente que piensa en el progreso mientras se ha olvidado de las personas. Y el triunfo de la cineasta es que, aún siendo una película profundamente sentimental, nunca cede a la afectación, buscando la forma de mostrar su sensibilidad al tiempo que huye de la sensiblería. Hay un puñado de películas en 2019 que se muestran pequeñas en su tamaño y monumentales en sus conquistas. Giraffe es una de ellas.

16 – Toy Story 4 (Josh Cooley) – Todos sabemos lo que pasa cuando un niño se despide de los juguetes de su infancia, era fácil adivinarlo y era también muy sencillo convertir ese momento en un mar de lágrimas. Pero, ¿qué ocurre después de eso? ¿Qué pasa con aquellos objetos, ahora que no tienen dueño? ¿A dónde se marcha esa energía que se depositó en ellos, y todos aquellos afectos?
Parece mentira, pero esta es la más valiente de las películas de la serie de Toy Story, en el sentido de atreverse a explorar qué hay más allá de ese territorio en el que ya no hay historia. Los personajes ahora son figuras vagabundas que deambulan buscando su verdadera identidad, una autonomía que jamás se habían planteado, en un contexto mucho más oscuro que cualquier otro film de la saga: tienen que asumir que la misión para la que fueron creados ya no existe y, por lo tanto, ya no tienen un lugar en el mundo. Los personajes, en el fondo, deben cargar con una fascinante maldición: allá donde vayan, aún cuando ya no haya relato posible, son otros objetos, otras historias anónimas los que obligan a repetir la misma aventura en infinitos contextos. Esta Toy Story ha sido filmada simulando los efectos de enfoque de las lentes reales, un paso en el cine de animación y para la propia saga con profundas implicaciones narrativas. Luego está Randy Newman, que hace una de las mejores bandas sonoras del año. Y luego está, en fin, la capacidad de Pixar para que su audiencia caiga enamorada de un tenedor de plástico.

15 – Algunas bestias (Jorge Riquelme Serrano) – No es otro Haneke, como se ha querido interpretar. Un nuevo Buñuel, si acaso, convencido de que las trampas del mundo contemporáneo ya no se solucionan a golpe de metáfora. Una familia que marcha a una isla no a visitarla, sino a comprarla, en el último reducto del mundo que queda por conquistar. ¿Cómo conquistar la Tierra, si el hombre es aún incapaz de domarse a sí mismo? El segundo largometraje de Jorge Riquelme Serrano tiene la fuerza de un huracán, la madurez de una película que atraviesa generaciones y la arrebatada energía de una película de juventud. No sólo disecciona el origen de la soledad de abuelos, padres y nietos en una interpretación coral formidable: es también un solemne e inspirador ejercicio de puesta en escena en el que, quizás por vez primera, los planos aéreos tomados con un dron adquieren por fin una utilidad narrativa capital. La valentía del relato está en que no es otra de esas películas que denuncien un estado de las cosas y se limite a marcharse sin proponer soluciones: se trata de un filme que va mucho más allá, defendiendo la incapacidad del cambio, avisando de los oscuros peligros que siempre va a esconder el ser humano. Algunas bestias propone el regreso al paraíso y volver a ser expulsados de manera ridícula e irremediable, algo así como si Adán y Eva hubiesen intentado disculparse proponiendo una partida a un juego de mesa.

14 – Las letras de Jordi (Maider Fernández Iriarte) – No es una película amable, ni condescendiente: Jordi no se considera un enfermo, y esta no es una historia de superación personal. Es, en realidad una película que nace de la curiosidad de una jovencísima cineasta hacia alguien que dice haber escuchado a Dios y que no ha vuelto a escucharlo más. Jordi tiene 51 años cuando se filma la cinta y ha nacido con parálisis cerebral, así que utiliza una tabla con el abecedario para poder comunicarse. Mientras la cineasta le filma se pone en pantalla también a sí misma, porque sabe que su propia honestidad está en juego. Y no teme mostrarse dubitativa, insegura, incapaz de saber hacia dónde se dirige todo aquello que filma. De Las letras de Jordi se diría que filmar es un poco como la vida, en la que tampoco sabes qué va a ocurrir. Cuando otros jóvenes decidan hacer cine y preguntarse por el mundo poniendo su honestidad en juego, tendrán que contemplar primero lo que hizo con su pequeña cámara Maider Fernández Iriarte.

13 – La portuguesa (Rita Azevedo Gomes) – Ya conocemos lo que ocurre cuando el noble marcha a la guerra en tierras lejanas. ¿Pero qué ocurre con ella? ¿Qué sucede durante la espera que han ninguneado todos los cuentos y ha ignorado la propia historia? La portuguesa es ese gesto reivindicativo en el que la mujer es el centro de su historia, y no la simple figura de la espera, y no el personaje siempre fuera de campo. Esa idea forma parte de la propia puesta en escena: como si se tratase de la composición de un cuadro medieval, el personaje en primer plano es tan importante como aquel que permanece al fondo de la imagen, en una coreografía de perfecto equilibrio. No se trata de teatro filmado, el filme de Rita Azevedo va mucho más allá de eso: se trata de viajar hasta la época medieval y tratar de contar las cosas con los mismos recursos estéticos que existían entonces, las mismas limitaciones, el mismo ritmo pausado, la misma declamación que entonces. Cuando todo parece estático, un animal atraviesa la escena y lo inesperado se abre paso. Por su rigor formal, por la belleza de una estética construida sobre el espíritu de renuncia y por la fuerza y actualidad de su discurso, la obra de Rita Azevedo es la película de una maestra.

12 – Les Perseides (Ànnia Gabarró, Alberto Dexeus) – Lo que podría parecer una película más sobre el despertar de una adolescente a la edad adulta, se revela como una manera hermosa y profundamente original de hablar sobre la memoria histórica. Mar es una joven que debe aceptar la ruptura de sus padres y acostumbrarse a una nueva vida, en plena ebullición adolescente en la que todo es nuevo. Al mismo tiempo debe enfrentarse a la muerte, al mundo de los adultos y a la historia reciente de su país. En ese encuentro descubre que España no ha sabido cerrar aún las heridas de su Guerra Civil. Lo más asombroso de Les Perseides es su capacidad para prescindir de los elementos tradicionales de la narración cinematográfica para construirse desde una cierta autenticidad, que encuentra en las ausencias y en una puesta en escena del todo bressoniana, una búsqueda de lo esencial tan admirable como conmovedora. El resultado también invita a pensar en una tradición española donde también sea posible huir al fin de las fórmulas propias del género coming of age y encontrar la voz propia de sus autores.

11 – Mid ’90s (Jonah Hill) – Este primer largo del actor Jonah Hill todo respira una sorprendente, abrumadora naturalidad. Son jóvenes en el Los Ángeles de los años noventa, y se diría que Stevie, ese pequeño protagonista de trece años, es en realidad un trasunto del propio director, poniendo su propia vida y sus recuerdos en juego. La capa superficial trabaja un emotivo homenaje a la década desde su perspectiva de niño creciendo en las calles, la época de la Game Boy, los radiocasettes, las tortugas ninja, los skates, la rebeldía, la huida de la estética inmediatamente anterior… Pero la película no es un ejercicio gratuito de nostalgia, y cualquier época pasada no fue mejor: en Mid ’90s hay maltratos, drogas, peleas absurdas y personajes marginados. Hay ganas también de tirar la toalla. El film termina por lanzar el mensaje de que todo lo vivido, lo malo y lo bueno, ha sido valioso, nos ha hecho ser quienes somos y ha hecho al autor llegar hasta aquí, para terminar haciendo esta película. ¡Y qué película!

10 – Pirotecnia – (Federico Atehortúa Arteaga) – En este documental suceden muchas cosas al mismo tiempo: repaso histórico de Colombia, indagación sobre el origen del cine, reflexión sobre la autorrepresentación y acercamiento al dilema de una madre ausente, todo ello a través de revisitar unas imágenes de archivo que ponen en relación la historia del país con la propia infancia. Uno de los grandes momentos de Pirotecnia es cuando el realizador se reconoce en las imágenes cuando aún es un niño. En ese momento, el devenir del relato se vuelve dubitativo, reflexivo, profundamente personal, incluso cuando se trata de imágenes de la primera película colombiana. Un profundo trabajo sobre la idea de que hablar sobre cine es, inevitablemente, hablar también de uno mismo.

09 – Fourteen (Dan Sallitt) – Es posiblemente la película más sencilla de este año. La más simple, y al mismo tiempo la más monumental. Una historia que persigue la amistad entre dos amigas en el transcurso de una década entera, con unas elipsis temporales dignas de estudiarse en las escuelas, con la misma audacia que El futuro que viene (Constanza Novick, 2017) a la hora de afrontar los saltos en el relato. Si bien la interpretación de Tallie Medel valdría por un comentario en sí mismo por trascender la idea de naturalidad y convertir la película en un fragmento de puro aliento vital, Fourteen persigue algo más allá: la idea de atrapar también nuestra percepción del tiempo, en la que a veces duran tanto cinco años sin ver a una amiga como la espera en una estación de tren. Precisamente, en una estación la película desvela su auténtico espíritu, cuando la película se detiene pero el tiempo no deja de hacerlo. La monumentalidad invisible, esa que hiciera posible Ozu, también está en el cine de Dan Sallitt y en su Fourteen, una película a la que regresar.

08 – Retrato de una mujer en llamas (Céline Sciamma) – 1770. Una pintora y el encargo de un cuadro convertido en historia de amor. La primera vez que la vi sentí que había muchas cosas que no estaban en su lugar: el relato que avanza a través del plano-contraplano, la duración desmedida, la presencia continua y fatigosa de la palabra, el gesto adolescente de no renunciar a dos posibles finales diferentes… Pero, desde entonces, se quedó a vivir conmigo en el pensamiento y no me ha abandonado. Quizás sea la película en la que más he pensado este año, por ese valiente ejercicio de renunciar a numerosos elementos de la puesta en escena para luego irlos convocando y recuperar su sentido original. También porque sabe poner en juego las dificultades de la representación artística, cuando el autor va conociendo a la persona que retrata y entonces su percepción sobre ella se transforma inevitablemente. Conmovedora por su continuo ejercicio de renuncia. Desde su sencillez, también desde su profundas convicciones, por lo que retrata y sobre todo por cómo lo retrata quizás sea una película importante.

07 – Les Misérables (Ladj Ly) – Premio del Jurado en Cannes, Les Misérables recoge un día completo de la Brigada de Lucha contra la Delincuencia en Montfermeil, un suburbio al este de París, de modo que el tiempo de metraje se corresponde también con el tiempo real del relato, un gesto lleno de nervio, cámara al hombro, que trata de capturar la vida del suburbio de la manera más natural posible. Allí se retratan las relaciones de poder, los diferentes estratos sociales y las formas de supervivencia de cada tribu urbana, vinculadas todas a través de la ronda policial rutinaria. Les Misérables no es sólo una película de acción llena de fuerza, ni un valioso documento social acerca del estado de las cosas en la capital francesa: gracias a la presencia de un niño que espía con su dron al resto del vecindario, el filme se convierte por fin en el que quizás sea el primer largometraje que explota este nuevo elemento, el de la toma aérea mecanizada, con una muy poderosa significación narrativa. Por todo ello el título de Ladj Ly es una película valiosa.

06 – Genèse (Philippe Lesage) – Íntimo y perturbador retrato de las primeras experiencias amorosas de tres personajes diferentes que se entrecruzan, profundamente autobiográfica, esta Génesis parece luchar contra los elementos para construirse a sí misma: mientras el hostil entorno de la ciudad amenaza con absorberlo todo, la cámara se posa en los detalles más frágiles, en la irrupción casi imperceptible del primer deseo. Hay dos momentos magistrales en la película: uno de ellos es el primer encuentro entre una de las protagonistas y su futuro amante, en una larga panorámica que vincula ambas miradas y que tendrá que atravesar toda una discoteca para que esas miradas puedan unirse. La manera ensoñadora del relato de Lesage no renuncia tampoco a una cierta turbulencia, la crudeza de la vida real se interpone entre su visión idealizada y el mundo. No es solo una de las grandes películas del año, sino la oportunidad de disfrutar con la consagración, apenas con su segundo largometraje, de un autor que mira hacia el futuro.

05 – Dolor y gloria (Pedro Almodóvar) – Por su habilidad para poner en juego las heridas más profundas del alma, esas que se transforman con el paso del tiempo pero nunca desaparecen, por su capacidad para hablar de sí mismo sin perder de vista el cuento que construye, por el genio con el que mezcla ficción y realidad mientras pone en cuestión la definición de ambas cosas, por su escritura sentida y diáfana, por su discurso sobre la fuerza del arte para cambiar el mundo, por la potencia con la que pone en escena algunos recuerdos de la infancia, por su búsqueda de la grandeza sin buscar la grandilocuencia, por la presencia de una música capaz de contar aquello que la palabra no cuenta, por ser capaz de colocar el amor en todas sus manifestaciones como piedra angular, por ese perfecto equilibrio entre emoción y contención, Dolor y gloria merece un lugar importante en los terrenos de ese cine autobiográfico que termina por hablar de los entresijos de la propia vida, y de cómo el poder de la imagen tiene la capacidad de transformarnos.

04 – Once Upon a Time in Hollywood (Quentin Tarantino)Cliff es una persona que no se siente vivo si no es haciendo cine, aunque sea siendo doble de otro actor en sus escenas más peligrosas. Cuando no lo hace, se convierte en alguien que simplemente conduce, que camina, que transita sin rumbo por el mundo. Sharon es una actriz en ciernes que aún disfruta de la experiencia colectiva que supone el cine en una sala, y encarna la ingenuidad de un Hollywood que ya no existe y que, ella aún no lo sabe, pero va a morir con ella… Y luego está Rick, un actor que no puede lidiar con el mundo real y al que le cuesta habitar la ficción cada vez más. Son tres personajes que forman todos parte de una manera de entender las cosas, un tríptico que no hace más que simbolizar la visión de Tarantino sobre la vida. Puede que sea la película más alejada de su estilo en muchos sentidos, junto con aquella espléndida Jackie Brown, y también es la más pesimista. Cuando finalmente introduce un episodio salvaje y descarnado, como siempre ha hecho, no lo hace como una broma, ni por el deseo de cambiar la historia, como quiso hacer en Malditos bastardos. Parece, más bien, el gesto de alguien que está leyendo un cuento y se plantea «qué bonito hubiese sido si…». Un último plano grúa, propio de los finales felices, irónico y melancólico, no hace más que devolvernos a la realidad, y recordarnos que lo soñado nunca ocurrió finalmente.

03 – Vendrá la muerte y tendrá tus ojos (José Luis Torres Leiva) – Poema fílmico de amor y muerte inspirado por los versos de Cesare Pavese y convertido en materia cinematográfica gracias a la inventiva de un autor con un estilo personal e insobornable. Una mujer de enfrenta a una enfermedad terminal y su pareja la acompaña hasta los últimos momentos. Mientras, tienen lugar todo tipo de ensoñaciones, como si la muerte quisiera dar paso a una nueva historia, y en esas nuevas historias se puede encontrar toda la historia reciente del cine de este nuevo siglo, quebradizo y esquivo, desde la eterna vigilia de Apichatpong Weerasethakul hasta los juegos ensoñadores de Miguel Gomes. La diferencia es que Torres Leiva desborda siempre su relato a través de una sensibilidad arrolladora, que se sitúa por encima de su propia historia y a veces es capaz de engullirla. Una obra que nada sencilla de ver pero cuya experiencia puede suponer un rayo de esperanza.

02 – Too Old to Die Young (Nicolas Winding Refn) – No es una serie, como nos la han querido presentar. Se trata de una película de diez horas, troceada a capricho, cocinada a fuego (muy) lento, con la parsimonia de quien disfruta con la tortura. Diez horas de un relato de culpa y redención imposible, escrito por el gran Ed Brubaker, quien escribiese algunos de los cómics americanos más brillantes de los últimos años. El retrato de un mundo en el que el pecado ha absorbido hasta a los más fuertes de espíritu. Y aunque el relato es de dimensiones bíblicas, todo pasa por la puesta en escena, en la que Winding Refn convoca, como es habitual en él, a todas sus amadas referencias como si se tratase de un desfile de fantasmas. Está el Kenji Mizoguchi de las largas panorámicas, el que giraba hacia su izquierda cuando todo iba bien, y el que giraba hacia la derecha cuando iba a ocurrir el desastre. Refn dibuja exactamente la misma gramática con su cámara. También el Lynch de la caja azul y sus visiones de pesadilla. Pero también está presente Lav Díaz y su renuncia a que las películas tengan una duración estándar, y no puedan abarcar en ellas el mundo mismo. El Peter Yates de las mejores persecuciones jamás filmadas. También Kubrick y sus personajes desquiciados, al borde siempre de destruirlo todo y a ellos mismos en el proceso. ¿Y qué cineasta no está presente en esta evocación magistral de lo que ha sido el cine hasta el día de ayer? Si La naranja mecánica era una advertencia sobre el futuro que estábamos construyendo, la obra magna de Winding Refn no es más que una descarnada advertencia de nuestro propio presente.

01 – Les Enfants d’Isadora (Damien Manivel) – Esta película es tan pequeña que se puede resumir en un solo gesto: la coreografía que Isadora Duncan crease como acto de despedida para sus hijos, fallecidos en un accidente. Pero la película no empieza con ella, sino con la historia anónima de una adolescente que se interesa por estudiar aquel baile. De modo que el primer tramo de este relato muestra los ensayos en soledad de la joven desde la pureza absoluta, sin aspavientos, en largos silencios atravesados por la música de Scriabin que debe sonar durante la obra. El segundo tercio del relato nos mostrará a una profesora que enseña a su alumna aquella misma coreografía. ¿Es la joven que vimos antes a una edad avanzada? ¿Tienen acaso algo que ver? Los gestos se repiten, pero todo es diferente. Y finalmente llega el último tercio, la joya de la corona, en la que esta alumna que acabamos de ver interpreta la obra finalmente, pero no vemos nunca la obra, sino el rostro de una de las mujeres en el público, a quien la danza emociona profundamente. Y entonces vemos el largo camino de vuelta hacia su casa, también en soledad, sin ningún aspaviento. Damien Manivel se las ingenia para dilatar entonces el tiempo, para mostrar el peso y la soledad del mundo. Y al llegar a su casa, entendemos que aquella mujer ha perdido también a sus hijos, y en la intimidad repite el gesto de la danza, como acto liberador, como forma de hacer las paces con la partida, como manera de liberarse. Y así, de manera silenciosa, anónima e imperceptible, es como el arte nos libera para siempre.