«¿Estás haciendo zoom ahora mismo?», pregunta una joven adolescente a su hermano mientras filman un vídeo casero. La niña intenta hacer un documental sobre el primer encuentro con sus abuelos, a los que visita por primera vez, cuando de repente su hermano pequeño le realiza una pregunta incómoda. La cámara se acerca a su rostro y ella advierte el movimiento del aparato.
Se trata de una escena fundamental para entender aquello que pone en juego M. Night Shyamalan con su nueva y poco ortodoxa película, en la que los mecanismos del cine de terror se desgranan uno a uno y donde, lejos de desdibujarse, ayudan a que el filme respire con una libertad inaudita. La adolescente recrimina a su hermano la inmoralidad que hay tras el intento de acercar la imagen al rostro afectado de la niña.
Shyamalan, que ha entregado su película por entero a las grabaciones de las dos cámaras que manejan los pequeños protagonistas, pone así en evidencia la moral de las formas y su significado profundo. Lo que se muestra, y cómo se muestra, implica también una elección moral. A partir de ahí, el autor desarrolla La visita interrogándose sobre la naturaleza de la imagen y sobre el sentido discursivo de cada plano. Las imágenes que inducen al terror psicológico también pueden formar parte de la vida cotidiana de dos ancianos y transformar su intención; la frontera entre lo real y lo cinematográfico revela entonces la fragilidad de sus límites.
La película permite así el disfrute a través de dos vías: bordeando su superficie y asistiendo a un inquietante relato de tintes dramáticos, o bien buceando en las mismas preguntas formales que se hace a sí mismo el propio director. El resultado es una película de contagiosa libertad, de un humor gratificante y de sorprendente discurrir, aunque también esté poblado por las irregulares aristas que implica todo salto sin red, todo camino de exploración. A pesar de todo, las dos grandes virtudes de La visita la elevan al terreno de lo admirable. La primera es que Shyamalan regresa para interrogarse sobre todo lo que había hecho hasta ahora, con el valiente objetivo de reinventarse. La segunda es que, al hacerlo, ha sabido aprender a reírse de sí mismo.