La habitación de al lado (Pedro Almodóvar, 2024)

En el cine de Almodóvar descansa una hermosa contradicción. Sus películas empiezan
después de que sus personajes hayan pasado años en silencio, cuando ya no pueden
callar más y entonces hablan sin poder detenerse. Cuentan algo que ocurrió en el pasado,
son raras las ocasiones en las que no hablan en tiempo pretérito y el cineasta parece
pedir a sus propios intérpretes que olviden sus dones, que se transformen en simples
vehículos del texto, en mensajeros sin rostro.

Pareciera la operación de alguien que cree en la literatura más que en el lenguaje del
cine, pero la realidad es que todos sus escritos están construidos para poder cristalizar en
una imagen, una operación que remite a la esencia del cine y, con ella, a la odisea de
poder construir imágenes con un sentido profundo. Ocurría en aquel plano que cerraba
Los abrazos rotos (2009), donde el protagonista tocaba la pantalla del televisor para
intentar retener las imágenes del pasado o en Volver (2006), cuando Raimunda cantaba y
su mirada se perdía en el horizonte como si hubiese visto a un fantasma o en la expresión
definitiva de todas estas operaciones, cuando La mala educación (2004) terminaba con
aquel “Querido Enrique: creo que lo conseguí” escrito en un papel, que no era sino el
gesto romántico de poder filmar la propia página del guion de la película.

La habitación de al lado no es una excepción: cuando Martha le pide a Ingrid que la ayude
a terminar con su vida, también le explica que el día que vea la puerta de su cuarto
cerrada, todo habrá terminado. Se genera así un ritual en el que Ingrid despierta para
comprobar si la puerta sigue abierta o no y con ella la imagen del relato: Ingrid asomada
en las escaleras, mirando hacia arriba esperando confirmar que Martha aún sigue allí.
Con esa imagen la película encuentra su deseo palpitante por revelarse como
conmovedora afirmación de la vida, pero también celebra un conmovedor sí al lenguaje
de las imágenes. En una película especialmente inundada por las palabras, su momento
más importante se condensa de repente en una sola mirada.