Cuando Harvey Weinstein se propuso comprar los derechos del díptico que formaban los dos filmes de Ned Benson (ver crítica), probablemente estaría pensando en que se trataba de todo un reto como productor y distribuidor: adquirir los derechos de una misma historia contada a través de dos películas completas para remontarlas en una sola, mucho más convencional pero de duración más manejable, que siguiera conservando los momentos más espléndidos de ambas por separado. El resultado sería una sola película que conservaba a dos grandes y jóvenes estrellas (Jessica Chastain y James McAvoy) en un relato romántico y dramático, pero también un filme lleno de profundas deficiencias.
Lo cierto es que, para quien se aproxime a este montaje sin conocer la verdadera naturaleza del proyecto y su correcto origen, La desaparición de Eleanor Rigby puede parecer un drama romántico sin más, una película llena de ingenuidad en la que sus intenciones quedan siempre a medio camino, como si la fuerza de sus escenas se diluyera hasta desaparecer. Y para quien se aproxime a esta “nueva” película tras haber disfrutado del díptico, este experimento podrá parecerle con seguridad un completo fracaso. El nuevo montaje no solo elimina la fascinación que provocaba asistir al mismo espacio temporal vivido por uno y otro personaje, sino que además traiciona el orden de las escenas y su naturaleza argumental para poder engarzar un momento con otro.
Y no solo se pierde el espíritu de la experiencia original, sino que haciendo gala de un gusto discutible, el montaje conjunto se limita a centrarse en las escenas más impactantes, las más físicas: un accidente de coche, una pelea entre amigos… Algo así como un montaje en el que al menos. pasen el mayor número de cosas posibles. El resultado es que la sensibilidad, el gran valor de este relato con dos caras, se diluye progresivamente hasta que finalmente queda una deslavazada película compuesta por los retazos de una historia.
En su búsqueda de una duración cómoda con la que distribuir la película de manera conveniente, la nueva edición ha convertido un proyecto de un aliento sorprendentemente singular, lleno de voz propia, en un drama romántico al uso del que apenas pueden rescatarse algunas escenas aisladas. Si de algo sirve esta olvidable versión de La desaparición de Eleanor Rigby es para llamar la atención sobre la existencia de un proyecto de una sensibilidad y delicadeza difíciles de encontrar en el cine americano del presente.