La Carretera (John Hillcoat, 2009)

Irónicamente, llegados ya al siglo XXI son muy pocas las películas de ciencia-ficción en esta década que han trascendido y que han tratado material de suficiente seriedad como para contar una historia coherente y consistente.

También irónicamente, proliferan en mayor medida las historias que acontecen en un mundo devastado, en lugares desiertos. Se trata de la vuelta a la ciencia-ficción de bajo presupuesto y de argumento apocalíptico, un género que no deja de lanzar advertencias al ser humano y que se agudiza con violencia en los tiempos de crisis.

La Carretera actúa como extremo en muchos de los conceptos que acuña el cine de género. Anti-narración, camino sin retorno, Apocalipsis sin medida ni redención, desarrollo inerte y moribundo, y la deshumanización absoluta de unos personajes cuyo único drama es su simple supervivencia tras el fin del mundo.

En ese sentido John Hillcoat elabora el no-relato más interesante de la ciencia-ficción de los últimos tiempos. Pero a dónde conduce? Su discurso metalingüístico no lleva a diálogo alguno, y podría emparentarse más con la visión de la guerra de Isao Takahata en La tumba de las luciérnagas que con la película futurista definitiva de esta década tal como Hijos de los Hombres, un referente que, a pesar de algunas similitudes argumentales permanece muy lejos de ésta tanto en fondo como en forma.

Lo que queda pues es contemplar la vacuidad del devenir de dos personajes llenos de hermosos valores, cimentados en una de las mejores interpretaciones de la dilatada y bizarra carrera de Viggo Mortensen. Su creación de un hombre comprometido volcado en proteger a su hijo se convierte en el testimonio más emocionante posible en un mundo caníbal que, de tan hostil, convierte en desagradable parte de la experiencia cinematográfica.

Cine del vaciado narrativo compuesto de pequeñas historias, de pequeños encuentros (protagonizados por auténticas estrellas). La portentosa recreación de Aguirresarobe en la fotografía de ese mundo desértico y pesadillesco es la culminación de un planteamiento estético y contextual que por desgracia no consigue hilvanar ningún discurso concreto. Se trata de una moraleja sin cuento, de un final sin desarrollo, y su misterio muere en el momento en que mueren también sus imágenes.