Es ‘Julie & Julia’ uno de los mejores ejemplos del incalculable daño que el telefilme de sobremesa y la serie de televisión convencional han hecho al cine, sobre todo en los últimos años.
Es también un testimonio evidente de cómo una mala selección del material argumental pueden convertir la película en un absurdo absoluto.
Que una historia centrada en dos momentos históricos diferentes, mitad del siglo pasado y el presente, trate de establecer similitudes y resonancias entre dos personajes diferentes, no es nada nuevo. Se trata de una disciplina creativa abordada numerosas veces y asentada en el cine moderno que el telefilme absorbe para sí mismo y lo rodea de sus florituras y banalidades acostumbradas.
Nora Ephron, habitual autora de comedias románticas de buen resultado en taquilla, se equivoca aquí al tratar de rizar el rizo argumental, trenzando la historia de una aprendiz de cocinera en los años cincuenta con la historia de una joven escritora de la actualidad que trata de seguir las recetas de aquella y de plasmar sus impresiones en un blog.
Una idea de base a medio camino entre lo absurdo y lo ridículo, pero que sorprendentemente está ambientada y rodada con solvencia en ambos marcos temporales.
Lo que no resulta nada solvente es la absoluta banalidad narrativa de ambas historias, la falta de interés descomunal en ambos personajes, estereotipados hasta el extremo y sin alma alguna. Que las dos actrices principales, los verdaderos y únicos reclamos del filme, ofrezcan una digna interpretación (dignas, un adjetivo que en Meryl Streep y Amy Adams se antoja demasiado flojo) no socorren en ningún momento, ni siquiera en las escenas iniciales, el enorme desastre argumental de la propuesta.
El perfil de los maridos de ambas mujeres resulta poco menos que cómico, desdibujados ambos por completo, estereotipados también y presentes únicamente como motor de la necesidad sexual de las protagonistas. Un hecho que puede pasar desapercibido por la inclusión de ciertos momentos en que el hombre de la casa resulta un apoyo evidente para la mujer, pero donde seguramente, si la situación hubiese sido al revés, más de un colectivo hubiera puesto el grito en el cielo.
Las interminables dos horas de duración, en una película que aburre apenas pasada ya su primera media hora, terminan por rubricar un filme a todas luces fallido en el que no ocurre nada, salvo la ya mencionada premisa inicial. Una nadería, un producto destinado a esa franja horaria del mediodía donde la televisión ronronea su familiar sonido de fondo mientras la atención que se le presta es la misma que lo que ocurre en esas dos horas de película: nada.