Hermano (Marcel Rasquin, 2010)

Hermano pertenece a ese tipo de cine invisible sobre el que merecerían posarse todas las miradas. Un tipo de película que lucha por mantenerse en pie para contar una clásica historia de superación personal, y en la que la emoción y la sinceridad sepan ganarle siempre la partida a su tópico desarrollo.

En Hermano, el fútbol es entendido como la quintaesencia de la vida, instrumento a la par de generador de porvenires tanto como de liberación personal, la única manera de escapar de la vida de los suburbios tanto como de escapar de uno mismo. La relación fraternal, de proporciones bíblicas, entre Daniel y Julio, funciona cinematográficamente en tanto que está construida en base a la convivencia del amor y el odio, del cariño y la lucha, de la entrega y del recelo. No muchas veces puede encontrarse una historia de hermanos como ésta en el cine, y es por tanto momento de celebrarlo.

La sencilla construcción de la película y su mensaje optimista, lleno de buenas intenciones pero carente de un fondo aleccionador, la convierten en una película de fácil digestión y de hondo calado. Quizás su mayor logro sea su capacidad para conmover a cualquier tipo de espectador, en un panorama comercial que, en contra de los dictados del pensamiento general, ha ido alejándose progresivamente del gran acontecimiento y se dirige cada vez más a públicos específicos.

Marcel Rasquin filma el deporte como quien asiste a un combate. Sus coreografías y la belleza de sus planos contrasta con la tensión de los contraplanos enfrentados que protagonizan los personajes durante los diálogos. Poco importan unas actuaciones nada destacables, pues el brío visual de la película arrastra consigo su argumento y absorbe a los actores.

Cine invisible que merece ser encontrado. El feliz encuentro de Hermano con la distribución a nivel internacional resulta todo un motivo de celebración, pero también invita a pensar en esas producciones de interés similar que jamás pasarán por nuestras salas.  En la trampa del nefasto sistema de distribución comercial participamos todos, desde la distribuidora hasta el propio espectador. Por eso este filme es importante, al convertirse en uno de esos pocos milagros que han saltado la infranqueable barrera del negocio frente al material de calidad.

Hermano podría emparentarse con otra película, la uruguaya Gigante, no por su temática, las cuales son bien dispares, sino por lo que éstas han conseguido. Nuevas cinefilias, nuevos autores, nuevas películas hechas con escasos medios y que, de repente, se filtran bajo las murallas de lo convencional, bajo la crueldad de los sistemas de marketing que inundan los medios y que nubla nuestra vista.

El filme de Marcel Rasquin termina pecando de cierto tono condescendiente, pues en el fondo siempre es consciente de lo que puede llegar a representar. Su condición de pequeño milagro, sin embargo, sobrevivirá a la idea de un cierto oportunismo.