Happy: Un cuento sobre la felicidad (Mike Leigh, 2008)

HapyGoLucky

Happy Go Lucky (nombre original con más fortuna que el ridículo subtítulo de la versión española) se presenta como una engañosa comedia de buenos sentimientos, de las que abundan en la cartelera y que tratan de recoger el testigo del taquillazo silente de turno, ese que basa su éxito en el boca a boca y se cimenta en la ignorancia cinematográfica del público al que va dirigido.

Sin embargo esta obra en concreto oculta pretensiones más abultadas que sus coetáneas, y acaba dando palos de ciego buscando la originalidad, los cambios de registro, el discurso trascendente y la naturalidad nunca conseguida.

Mike Leigh firma una nueva obra donde la personificación de un estilo inexistente se hace latente en una película plana y sin desarrollo alguno.

Lástima de Sally Hawkins, cuya creación, histriónica por su personaje y nunca por su brillante trabajo actoral, absorbe por completo incluso el desarrollo de la trama y sus dulces y rimbombantes gestos sostienen una película por lo demás insípida.

El problema de la película no es otro que su falta de compromiso consigo misma, en tanto que se ajusta a los parámetros de un género convencional y con poco margen para las sorpresas (el mal llamado género feeling good) pero a mitad de metraje Leigh parece arrepentirse y comienza a incluir en su guión pasajes propios del drama social urbano que se entremezclan con esas escenas indelebles de optimismo gratuito y argumento nulo.

En esa falta de compromiso está el epicentro de una hecatombe que desemboca en que todo aparezca desdibujado, desde las intenciones del filme hasta cada uno de los personajes y el sentido de cada una de las subtramas, convirtiendo una película con un gran empaque estético, una actriz soberbia dispuesta a darlo todo por su personaje, y una historia con buen material de partida.

Todo acaba desdibujado mientras esperamos a que alguna de las tramas se desarrolle, pues la gran trampa de su director es haber jugado en una liga que no le corresponde a su película, ni a su manera personal y naturalista de narrar su cine.

Lástima de Sally Hawkins en su primer papel importante, premiado en Berlín y con el que se adivinan grandes vuelos para una actriz que merecía una atención mayor. Por fin la consigue.