Gravity (Steven Price, 2013)

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Es delicado hablar de la banda sonora de una película cuya premisa invita a prescindir de todo tipo de fondo musical mientras que el profundo sentido del espectáculo que se intenta infundir en ella propicia el encuentro con la composición efectista tradicional. En ese sentido, Gravity no huye de la posibilidad de construirse a sí misma como evento comercial para convertir en rentable un proyecto de magnitudes faraónicas, obligando a que la originalidad de sus planteamientos conviva con las más convencionales maniobras narrativas.

Pero no conviene tampoco condenar el producto con ligereza sólo por esa evidente vocación comercial: el trabajo que ha compuesto Steven Price, bajo ese prisma de la cultura del espectáculo, es tan impecable como adecuado. El autor ha optado por otorgar protagonismo a la música electrónica como creadora de ambientes, al tiempo que le permite manipular los sonidos de la orquesta clásica para propiciar las sensaciones de angustia y caos que experimenta la protagonista del film.  

Debris y The Void son buenos ejemplos de ello, si bien el primer tema es infinitamente superior en cuanto al éxito de su construcción dramática. El tema que les sigue, Atlantis, muestra la insistencia de Price por utilizar ciertos elementos no del todo acertados: el uso de sintetizadores que aumentan su volumen de súbito y vuelven a desaparecer deja de ser un recurso para revelarse como elemento insidioso, que termina agotando por repetición en lugar de generar el buscado ambiente de desamparo. Su otro gran pecado es el de jugar con la gama completa de volúmenes, de una manera radical, desintegrando todo el trabajo de sutilezas que mantiene durante el resto del trabajo. Steven Price parece confiar más en las emociones superfluas que genera el cambio brusco de volumen que en las cualidades de su propia composición.

Por suerte no todo se basa en la inoperancia de continuos contrastes extremos. El autor encuentra la oportunidad de desarrollar un importante tema musical de implacable calado emocional, esta vez basado en un violonchelo solista como manera de expresar el trayecto interior que vive Ryan (Sandra Bullock) durante la película. No se trata de un cello de sonido puro, sino nuevamente pasado por el filtro de lo electrónico, lo que potencia sus cualidades evanescentes con el objeto de acercar la música a esas sensaciones ingrávidas que sugieren las imágenes del film. El corteDon’t Let Go expone este tema y lo vincula a los desarrollos electrónicos ya mencionados para vincular el trasfondo del personaje a la tensión de los acontecimientos que vive en el presente.

Los momentos de acción de la película quedan muy bien acompañados por la música de Price, pero quizá el trabajo del autor brille con mayor fuerza cuando cumplen con objetivos más íntimos, como en Aningaaq o en Soyuz, temas que parecen ser meros ambientes pero que ejercen gran poder sobre la profundidad emocional de la cinta.

¿Por qué terminar el score con una nueva ausencia de sutileza, al convertir el tema principal encargado al cello durante todo el trabajo en un himno más propio de una película de acción adocenada? Quizás porque Gravity busca en su interior construir una historia heroica a partir de alguien que trata de superarse a sí mismo. Quizás no sea tanto una aventura espacial como la historia de una persona que intenta levantarse por primera vez tras la pérdida de su ser más querido. Y en ese sentido la banda sonora de Steven Price es desde luego del todo sugerente.