Mateo Garrone personifica la intrincada red con que opera
La película utiliza una forma narrativa y estética que hace patente la tendencia del cine contemporáneo actual: el deseo de unificar documental y ficción de manera que, aparentemente, no existan fisuras entre la realidad y la historia que se está contando. Esta decisión influye desde aspectos superficiales como la estética, dominada por una puesta en escena inexistente y caótica, deliberadamente arbitraria, hasta incluso el propio argumento, en el que el guión se ve condicionado por un deseo de atrapar la naturalidad y el realismo hasta un punto en que la historia se desdibuja y acaba tan enrevesada como la propia vida cotidiana.
Garrone articula su película en base a cuatro historias paralelas, cuatro personajes diferentes, que conforman a su vez su propio microcosmos. Todos colindan entre sí, pero sus historias nunca se cruzan. Esa múltiple visión acaba convirtiéndose en realidad en un defecto argumental: Acaso Garrone no puede condensar lo que desea relatar en una sola historia? Acaso una sola de sus historias no tiene suficiente interés como para sostenerse por sí misma?
A través de la elección de la narración como documental otra fisura, una gran falla en la película que determina su fallida condición: el tratamiento de la ficción como una realidad reconstruída en la pantalla asesina el ritmo cinematográfico y propone un discurrir hiperrealista que enmaraña cada escena en un constante hastío, tanto de puesta en escena como de tempo narrativo. El tempo se aletarga y se desvanece, como una cámara fija que sólo trata de retratar el mundo. Pero un mundo construído para ser retratado de esa manera. Hasta aquí llega la impostura que, a pesar de tener intenciones honrosas, termina sumida en los defectos de su propia ambición.
La elección narrativa no es la única falla. El hiperrealismo dota también a los personajes de unos diálogos insípidos y banales, presa de la cotidianidad. El haberlos diseñado a todos ellos de manera independiente, sin que convivan unas historias con otras, le resta fuerza al relato y le aplica una dimensión de inconsciencia de la misma realidad que trata de mostrar. En Garrone, definitivamente, parece más importante el mostrar y describir ciertos contenidos, ciertas situaciones, que la manera de rodarlas, mostrarlas, o darles un sentido.
Por ello, como documento histórico, incluso como falso documental que retrata una monstruosa realidad que acontece en nuestros días, ‘Gomorra’ tiene un valor incalculable. Pero como cinematografía pura, como película en sí misma, además de acercarse a ciertos caminos ya transitados por el supuesto cine intelectual, ‘Gomorra’ tiene demasiadas fallas como para considerarse una gran obra.