Ga’Hoole, la leyenda de los guardianes (Zack Snyder, 2010)

No estamos ante la primera cinta de animación dirigida al público adulto, pero posiblemente sí estemos ante la primera película infantil que destierra de su universo a los niños desde el primer fotograma.

Una historia de lechuzas donde la épica es la única protagonista, y en la que la oscuridad reina a sus anchas durante todo el metraje. Una oscuridad que se transforma en terror, en desasosiego, y en la sensación de peligro constante. Lenguajes y universos impropios de un niño.

Si en algo sobresale Ga’Hoole, sin embargo, es en su portentoso apartado visual. Cada imagen es una postal, aderezada con los constantes ralentíes y los caprichos estéticos de Zack Snyder, un director que, con esta película, confirma su capacidad para afrontar cualquier proyecto dentro del espectro comercial sin renunciar nunca a su poderío visual ni a sus controvertidas constantes narrativas.

El problema es que, por el camino, Ga’Hoole ha perdido a todo su público objetivo, que se ve dejado de lado desde el comienzo de la película. ¿Puede sorprendernos, o siquiera interesarnos, la capacidad gestual de unas lechuzas en un contexto donde los espectadores hemos sido testigos ya de todo lo imaginable?

Un argumento atropellado, endeble y previsible, unido a unos personajes sin mordiente que pululan por la pantalla bajo un recargado y ostentoso marco estético de hipnótica belleza, son en el fondo sus desgastados elementos.

En ese estado de las cosas, cabe preguntarse, por enésima vez, el verdadero sentido y el auténtico público del cine de animación, y desentrañar así sus peligros potenciales. En un panorama cinematográfico saturado del género, el argumento empieza a palidecer con abrumadora apatía a favor de una premisa brillante y unos personajes carismáticos.

Una superficialidad que ahoga toda propuesta posible y que va como anillo al dedo al cine puramente estético de Snyder, un autor que, con Ga’Hoole, continúa su cruzada particular en el intento de crear el tipo de espectador que él mismo encarna como cineasta: el eterno adolescente.