Chloe (Atom Egoyan, 2009)

El cine de Atom Egoyan siempre había basculado en torno a las cruzadas interiores de unos personajes que él mismo había escrito con virtuoso brío. Hasta ahora.

Las historias cruzadas de compleja estructura quedan reducidas aquí, sorprendentemente, al remake de un melodrama absolutamente lineal, un producto con inevitable sabor a encargo que le permite rodar en Canadá, con su equipo acostumbrado y apoyado además por una tríada de estrellas del Hollywood actual, cosa tampoco antes vista en su cine.

Y aquí terminan las diferencias. La película, centrada en torno a las sospechas de una infidelidad de una esposa ante su marido, dejará de convertirse en un drama televisivo y acabará centrado en las obsesiones de sus personajes, en las relaciones entre ellos y en la pulsión desgarradora de sus miedos más profundos.

En eso, Egoyan es un maestro: retrata como nadie los rostros de Julianne Moore, de Amanda Seyfried, incluso de un Liam Neeson secundario, agazapado tras el vibrante duelo interpretativo de ambas actrices, y en esos primeros planos intensos y maravillosamente fotografiados es donde el remake del material original toma todo su sentido. Se trata de una película completamente nueva, llena de significado, de una profundidad no explorada anteriormente.

Allá donde fracasaba la irregular Crónica de un engaño, con Neeson también como participante, la Chloe de Egoyan sí se muestra capaz de ilustrar los deseos interiores y los miedos humanos con la sutileza y la pasión obsesiva que siempre han vestido el cine del autor, director importante en el devenir de lo contemporáneo, que firma con esta película sin importancia su renuncia absoluta a convertir un encargo en una obra sin valor.

Comentar más profundamente su argumento o el devenir de su historia sería desgarrar también parte de lo narrado y escamotear el efecto sorpresa al espectador. Sólo decir que Chloe también supone un interesante estudio sobre el origen de las imágenes que tienen lugar en la pantalla, cuando todo lo supuesto se imagina y en la imaginación casi cobra el significado de lo tangible.

En el plano final de la película, aquel que da paso a los títulos de crédito, Egoyan se pasea por uno de los escenarios de la película. Uno por donde tal vez hayan paseado los protagonistas de la historia, pero sobre todo, uno en donde la imaginación ha sido capaz de crear nuevas historias.

En ese momento, justo antes de despedirse, Atom Egoyan lanza el mensaje que contiene el único remake con algo de sentido: la idea de que el cine puede rescatar lo acontecido en el pasado y traerlo al presente. La idea de que todo lo soñado, todo lo imaginado, quizás sí que ha ocurrido, en otro tiempo, en otro lugar.