Por un lado, tenemos un modelo de dirección que podría acercarse al peor Spielberg posible: una revisitación en clave política de un hecho histórico norteamericano, contado a golpe de montaje virtuoso, realizado con los ensayos de prueba y error que pudimos ver en ‘Munich’, y por extensión, en la mayoría de los filmes de la última época de la trayectoria del director de ‘E.T.’.
Personajes secundarios y líneas de acción que quedan bien perfiladas, que se centran en detallar su psicología de manera voraz. Labor de inconmensurable esfuerzo, pero también inexplicable, pues el filme se centra sólo en las entrevistas con Nixon y no en el desarrollo de los personajes que presenta.
El estilo de relación humana que interesa a Spielberg se encuentra también reflejado aquí. Unos personajes que colaboran entre sí y que afrontan dificultades personales hasta encontrar su verdadera humanidad, siempre por parte de una catarsis silenciosa y colectiva que purifica las almas de todos aquellos que viven ese momento cumbre (en el filme, ese momento correspondería a la cuarta y última entrevista).
Por el otro lado, tenemos al mejor Ron Howard posible que, aunque no sea decir demasiado, sí que se esconde esta vez y sin que sirva de precedente bajo una meritoria labor de dirección y contención que no tiene en casi ningún otro de sus filmes.
Si bien la evidencia e ingenuidad de su guión puede pasar inadvertida en pro del virtuosismo con que la cinta está rodada, el triunfo de Ron Howard incluso como director de actores es notable, extrayendo maravillosas interpretaciones de sus dos protagonistas, que sostienen tanto el peso visual como argumental de la película.
Es mucho pedirle a este autor una doble lectura tras el virtuosismo de rodaje de sus imágenes. Al menos ha conseguido una película con una sola y superficial lectura pero que se mantiene en pie en todo momento y mantiene el interés de manera brillante, algo que, en su caso, resulta un mérito apasionante.
Incluso Hans Zimmer, en sus proporciones omnipresentes en todo el montaje, ofrece una gran banda sonora, su mejor trabajo quizás en la última década, que precisamente por su mayor defecto (la omnipresencia) ayuda a conducir el relato en todo momento y evita que éste pierda fuelle.
‘Frost / Nixon’ es una de esas accidentadas películas en las que, por valiente y decidida, por implicar a un grupo artístico de personas en estado de gracia, poco importa si escapa de la realidad histórica, si su mensaje es ingenuo, si su lectura es vacía o si es políticamente correcta. Después de asistir a su proyección, uno siente haber disfrutado de dos horas ininterrumpidas de buen cine, un placer al alcance de muy pocos filmes contemporáneos.