Como película de gángsters, Escondidos en Brujas tiene poco que ver con su género, hecho que se convierte instantáneamente en virtud conociendo la saturación argumental de este tipo de filmes.
Martin McDonagh firma y dirige una historia atípica que parece haberse producido con la idea de publicitar la ciudad de Brujas en mente. Ella no es sólo la protagonista geográfica sino también un personaje más, un enclave que configura y afecta a las acciones de los protagonistas que la habitan accidentalmente.
Colin Farrell y Brendan Gleeson, dúo protagonista, casan a la perfección y sus dotes actorales se desbordan en una dirección que les concede libertad absoluta para su registro acostumbrado de muecas y sobreactuaciones varias. Que sus personajes estén muy bien dibujados ayuda mucho a reconducir sus actuaciones desenfadadas a buen término.
Ralph Fiennes es otro cantar. Ni su personaje ni su histrionismo actoral funcionan en un personaje con demasiadas aristas dentro de una película lineal y nivelada. Otro agradable protagonista del filme es Carter Burwell, que con su música pianística recuerda a las obras clásicas de Léos Janacek y a la música de cámara introspectiva y ensoñadora del compositor checo.
La belleza y originalidad del enclave escogido aporta una frescura fuera de lo común a la película, una extraña rareza que la subraya dentro de un género que muestra ya signos claros de agotamiento.
El argumento, a pesar de ir decayendo en su tramo final y mostrarse decepcionantemente convencional, es salvado por las grandes dosis de humor que contiene la película, su tono desenfadado, esa bendita mezcla de comedia inesperada y thriller previsible. Es ese necesario elemento, que el resto de películas contemporáneas parecen haber olvidado, lo que la salva de caer en el absurdo.
Escondidos en Brujas se queda ahí, en sus pinceladas de humor y en un tono de thriller desenfadado, pues sabe que no puede llegar mucho más allá. Los caminos de su historia son harto previsibles, en su evidente matrimonio con las fórmulas del cine de espionaje made in hollywood.
Y en su lenta agonía argumental, sobre todo en su lamentable resolución, se limita a hacer brillar aquellos elementos donde sí ha acertado y dejar que éstos pueblen la pantalla para que los errores reluzcan lo menos posible.