Decía Tarantino que, para él, el último borrador del guión era la primera versión del montaje, y que el montaje definitivo era también la versión definitiva del guión.
No existe otra película donde ese pensamiento cobre mayor sentido que En Tierra Hostil. En ella, la labor de montaje supone la manera de narrar una historia que gira en torno a un puñado de situaciones extremas en un equipo de especialistas en desactivación de bombas en la guerra de Irak.
No hay puesta en escena, no hay momento para el plano bonito o el encuadre preciso. El rodaje cámara en mano y la planificación casi documental, unido a un guión que confía en la construcción de grandes escenas plenas de tensión, delega al montaje la cualidad de convertirse en herramienta narrativa de primera magnitud.
De nuevo Tarantino es evocado, pues Kathryn Bigelow estructura su película en torno a momentos concretos de gran tensión dramática dilatando su desarrollo y controlando ese pulso narrativo en todo momento, tal y como en el cine del realizador de Pulp Fiction.
Sin embargo Kathryn parece interesarse sólo por esas escenas. Los momentos de introspección están contados con una carencia de pasión que choca con la desmesura de los momentos dramáticos, y el guión crea unos personajes que se mueven entre lo convencional y una falta de trazo que los perfile del todo.
La irregularidad con que la directora crea su película termina asemejándose al caos que vive el equipo de especialistas. Desarrollo caótico y sin estructura aparente, unas escenas repletas de tensión y dinamismo, ayudadas por una labor portentosa en el montaje, son las armas de Bigelow para construir una de las mejores películas sobre la guerra de Irak hasta la fecha.
Que los actores secundarios cobren más interés que los protagonistas resulta desalentador para una historia poblada de pequeños encuentros con gran cantidad de personajes fortuitos. La trama se diluye y permanece en un segundo plano para centrarse solamente en la creación de esos momentos dramáticos de alto nivel.
Marco Beltrami realiza uno de los experimentos musicales más interesantes de los últimos años y obtiene sorprendentes resultados. La hibridación entre sonidos electrónicos y acústicos ofrece un magistral espectro sonoro, verdadera alma de la cinta y auténtico motor narrativo de la misma, sutil y casi imperceptible, y al mismo tiempo tremendamente eficaz.
Pero esa acción continua y desmesurada, esos personajes poco perfilados y esas actuaciones insípidas acercan la película a cierto estilo poco comprometido del género bélico de la que el propio filme pareciera querer alejarse. En definitiva, En Tierra Hostil está más cerca de Black Hawk Derribado, aquella película de Ridley Scott que atesoraba escenas de acción de una perfección inconmensurable y unos personajes inexistentes, que de las grandes e introspectivas obras maestras del género.
Resulta enriquecedora la visión de una mujer como autora en una película que aborde el género con tanta valentía y crudeza. Que un soldado almacene recuerdos de la adolescencia bajo su cama o los deseos irrefrenables de concebir un hijo tras terminar su misión en el frente se antojan razonamientos más cercanos a la psique femenina que a los de un joven despojado de sentimientos tras una experiencia traumática. A pesar de que estos elementos pertenecieran ya al guión y no a la realizadora, es innegable la influencia de una mujer en la construcción de las historias de una de las mejores películas bélicas de la década.
Esos detalles cercanos y personales terminan por chocar y desvelar todas sus incoherencias cuando la película ofrece sus verdaderas intenciones: la de mostrar cómo, para algunos, la guerra puede ser tan adictiva como cualquier otra actividad. Un elemento que choca con la construcción de los personajes, con muchos de sus aspectos y con el desarrollo de sus historias. Seguramente Tarantino nunca hubiera estado orgulloso.