El Cant dels Ocells (Albert Serra, 2008)

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Amar los cuerpos, amar los gestos. Admirar el andar y la manera de moverse de las personas amadas, de la gente querida. Admirar también el movimiento de los cuerpos y su relación con el lugar que atraviesan. Cambiar la mirada y prestar especial atención al camino que se hace, antes que a la meta a alcanzar.

Ese parece ser el interés de Albert Serra al hacer cine. Lo formalizó con su Honor de Cavalleria, donde se sirvió de la historia de Don Quijote, y lo confirma ahora con la culminación de su búsqueda estética y formal en El Cant dels Ocells, donde se sirve de los personajes de los tres reyes magos como excusa para construir un nuevo e intenso itinerario lleno de significado.

Por un lado, las imágenes rezuman una dimensión mítica asombrosa. Los parajes naturales ante los que sitúa a sus tres protagonistas confieren a las imágenes una belleza atemporal, anacrónica, una visión ancestral cargada de irrealidad, que huye del historicismo (decisión acertada pues hacerlo supondría una quimera, dada la poca información que la Biblia arroja sobre esos personajes) y persigue una poesía que casa felizmente con la búsqueda expresiva y simbólica de los gestos humanos. Lo mítico se da la mano con el poder del silencio y de repente el camino de los reyes magos tiene tanto de real como de soñado.

Por el otro lado, Serra no impide que de los gestos se desprenda la dimensión humana. A través de su andar, de la torpeza que la vejez imprime a los movimientos, a través de sus quejidos, de las dudas que surgen en el viaje, de los diálogos entre ellos, a través del humor que destilan las conversaciones cansadas de tres ancianos agotados.

El viaje no sólo se convierte así en un tránsito trazado de antemano, sino que se conforma como un trayecto que incluso los propios reyes desconocen, guiados por una señal simbolizada por el sol y de la que ellos mismos parecen dudar. La dimensión humana consigue que el aspecto mítico del relato sea matizado en su justa medida, y alcance la medida y la perfección que arroja el poder de las imágenes sin caer en la grandilocuencia.

Para Serra, el montaje es la herramienta narrativa principal, y no otra disciplina más del proceso de elaboración de la película. El cine toma así un lenguaje único y diferente, a partir de la única disciplina que pertenece exclusivamente a él y a ningún otro arte.

En el montaje, Serra no se limita a ordenar sus imágenes, sino que construye realmente su película en ese proceso. Cuánta valentía y riesgo pueden percibirse en ese trabajo! Serra se basa en un método arriesgado y personalísimo que podría convertir su obra en una propuesta marciana y que aquí funciona hasta el punto de conseguir una verdadera obra de arte.

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“Cuántas maravillas hemos visto!” Dice uno de ellos cuando se paran a observar el paisaje al que esa travesía extenuante les ha enfrentado. Un camino lleno de sentido no sólo por la lectura religiosa que pueda tener el propio contexto argumental. Para quien quiera sentirlo bajo ese significado, el rito de adoración supondrá toda una confrontación con el imaginario tradicional al que nos expone la cultura occidental.

Suena ‘el cant dels ocells’, (por primera vez hay música en un filme de Serra, muestra de hasta dónde llega la importancia de ese momento) interpretado por Pau Casals, mientras los tres ancianos se postran ante una María extrañada, sin entender aún el símbolo ante el que se encuentra, en un pesebre improvisado y ruinoso en mitad de la nada, un lugar en el que nadie se detendría, donde un bebé escondido yace en el interior de un seno familiar pendiente de vigilar a las ovejas tanto como a su hijo.

La adoración dota de sentido todas las penurias del viaje, y los tres aceptan los esfuerzos hechos en esa travesía titánica cuando contemplan al niño. Luego, en una escena cargada de un simbolismo evidente, se lavan en un pequeño pozo. Limpian así sus dudas, las incertidumbres que tenían durante el viaje y que al culminarlo desaparecen.

La ternura con que estos pasajes han sido filmados, la sencillez con la que han sido planteados, hace que de nuevo dimensión mítica y humana, presentes siempre en la película, se den la mano de nuevo para construir un momento único y hermoso.

Mientras los reyes buscan el portal, la cámara deja de seguirles en su recorrido y se marcha a filmar a María y José en los momentos previos al encuentro, segura de que éste será inminente, y se queda allí a esperarlos, observando cómo llegan.

Ese cambio repentino de tonalidad, de geografía y de personajes resulta confuso al comprobar cómo el aspecto mítico se desvanece para mostrar a otros personajes, retratados también en una total sencillez y desnudez. Poco importa que ella hable en catalán y él en hebreo, pues para entonces la propuesta resulta ya del todo absorbente por su pureza, por la verdad que habita en ella, y uno es capaz de aceptar estas pequeñas idiosincrasias del rodaje con una sonrisa en los labios.

Nuestro imaginario cultural sobre los reyes magos llega hasta el rito de adoración, y termina ahí. Nadie se interroga sobre el viaje de regreso, ni qué ocurre con aquellos tres hombres. Se trata de un regreso en el que nadie piensa, del que nadie se preocupa.
Los reyes magos quedan finalmente retratados en su tono de personajes desheredados y olvidados, y en sus últimos momentos contemplamos su trágico destino, la dureza de su viaje, y del olvido de su retorno. De entre todas las preciosas escenas filmadas, la última de la película, en la que intentan ayudarse mutuamente para poder deshacer de nuevo el camino, rodeados por la soledad más absoluta, es la más bella e intensa de todas.

Vale de muy poco intentar hablar de unas influencias cinematográficas que se escapan a la propuesta absolutamente personal y única de Albert Serra. Hablar de una estética cercana al cine de Pasolini se queda simplemente en la comparación visual y termina ahí.

Se trata pues, como en la historia que cuenta, de la culminación de un camino. Un camino expresivo que origina una obra de arte única en su género, el relato de una historia mil veces contada y que de repente, como por arte de magia, uno puede sentir que está siendo contada por primera vez.

* Existe también un documental filmado por Mark Peranson, que encarna el papel de José en ‘El Cant dels Ocells’ , y que sirve de making of de ésta: ‘Waiting for Sancho’ no sólo ayuda a valorar más aún el proceso de filmación de la película y buena parte de sus escenas, sino a entender mejor algunas de las claves del cine de Albert Serra. Un complemento perfecto para una película imprescindible.