El Caballero Oscuro (Christopher Nolan, 2008)

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Renovar toda una franquicia está al alcance de muy pocos, y mejorarla por completo y hacer olvidar sus antecedentes, sólo al alcance de Christopher Nolan.

Con El Caballero Oscuro, Nolan destapa sus verdaderas intenciones, no sólo ya en la renovación de toda la mitología del superhéroe atormentado, desde sus gadgets hasta la representación de los villanos, sino también el discurso que engloba su nueva franquicia, cimentada en la confrontación moral que ensombrece cada vez más el género y que retuerce algunas de las convenciones del cine hecho en hollywood.

El retorcimiento de esa estructura convencional llega en El Caballero Oscuro a límites desbordantes. En ella, Nolan plantea un auténtico tour de force de intensidad constante y asombrosa donde no hay cabida para el descenso, sino que lo que parecía un clímax no es más que el siguiente escalón en una pendiente sin final.

La maldad, la oscuridad y la desesperanza campan a sus anchas en todo momento hasta terminar por absorber el relato y configurarlo para recrear en él algunas de las cuestiones eternas del hombre en la asunción de sus valores y su propia moralidad.

Y Nolan no se revela, pero sí se confirma, como el mejor director de cine de acción del momento. Tal como hiciera Ridley Scott en décadas anteriores, ha conseguido aunar el control más absoluto de su obra con una inspiración sublime a la hora de rodar y contar su historia.

Aunque el director inglés ha terminado por convertirse en un anodino artesano que ha perdido su narrativa innovadora, Nolan desea atravesar fronteras y a través de un presupuesto descomunal consigue atravesarlas para continuar indagando en el desarrollo de una narrativa que le está llevando a descubrir nuevos caminos en el cine comercial.

Rodeado de un equipo fastuoso de producción, y unos colaboradores de primera línea que han sabido conectar con la visión particular del autor, la película es un verdadero festín visual que mejora por momentos y que nunca cede en su búsqueda de propuestas arriesgadas.

En esa conjunción de talentos hay sin embargo algunas aristas: Hans Zimmer y James Newton Howard no alargan el discurso musical de la magistral partitura de Batman Begins, sino que la repiten. La atmósfera que consiguen producir para describir la irrupción del caos en el relato con muy pocos elementos narrativos es asombrosa, pero el acostumbrado proceso rutinario de trabajo de estos dos compositores les pierde en las secuencias de acción.

La asombrosa fotografía brilla en todas y cada una de las secuencias de un filme de dos horas y media de duración. La planificación es absorbente, envolvente, prodigiosa, y muchas decisiones de puesta en escena resultan arriesgadas y brillantes, sin haber llegado nunca a la saturación estética en ninguno de sus planteamientos.

Este brillante equilibrio, esta inspirada y trabajada montaña de cartas, compuesta por los mejores profesionales americanos del momento, se viene abajo en tanto que el guión desmesura sus ambiciones y deja de relatar una espiral de violencia para tratar de contar una historia universal que sea capaz de englobar el universo humano en toda su extensión.

Es entonces cuando irrumpen nuevas subtramas, nuevos personajes (y nuevos villanos) que alargan el discurso hasta rozar la grandilocuencia, y descubrimos que muchos apuntes realizados durante el filme eran sólo coletillas para justificar la desmesura de ese tercer acto (podría hablarse de cuarto acto?) que aparece de improviso y que extiende la película hasta abarcar una duración exacerbada.

Nolan desmesura su ambición, desborda el contenido de su recipiente, pero nunca pierde el pulso ni la convicción por la visión del relato, confía en él y está dispuesto a llevar su historia al caos absoluto con una fe inquebrantable. Es por ello que el filme, a pesar de su intención un tanto pretenciosa, nunca decae en fortaleza y se mantiene incólume hasta su irresoluble final.

Maravilloso Heath Ledger en una creación del Joker que hace olvidar totalmente la de Jack Nicholson en la primera entrega de la saga y que no renueva sino que transforma totalmente a su personaje. Suyas son las mejores secuencias del filme. Evita caer en histrionismos gratuitos y construye un personaje asombroso, lleno de violencia y crueldad bajo un trasfondo enfermizo que lo relega a una irrealidad sugerente y llena de fuerza.

Lástima que el resto de actores de la función (ni tampoco sus personajes) no estén a la altura del duelo interpretativo que propone el fallecido Ledger, ni tan siquiera Gary Oldman al disponer de un personaje con pocas oportunidades de lucimiento.

Lo que ha conseguido Christopher Nolan da un resultado de impresión, una película atípica en estos tiempos, una digna secuela que promete una tercera entrega y que dignifica y mitifica de nuevo una saga perdida en el ridículo. Una fábula épica que no quiere detenerse y que arrolla con todo a su paso con una maestría desbordante. Pero en esa avalancha desbordante, los errores y desmesuras también se acumulan. La bola de nieve que terminan formando no es mejor. Simplemente, es más grande.