¿Dónde se encuentran hoy las fronteras entre la ficción y el documental? En plena invasión del cine digital, en la que las posibilidades de salir a la calle a filmar ya no es una lejana utopía que pertenezca a unos pocos privilegiados, esos límites parecen haberse desdibujado más que nunca. La ficción se cuela entre las grietas de lo documental y viceversa. De modo que, ¿cómo tomarse una película como É o Amor, que podría pertenecer a ambos mundos de idéntica manera? Si uno no conociese el dispositivo formal que ha dado lugar a sus imágenes, ¿desde dónde afrontar su valoración desde un punto de vista crítico? ¿Cómo acercarse a su naturaleza advirtiendo en ella, tal vez, un nuevo objeto cinematográfico?
Joao Canijo se acerca al barrio de Caxinas, una zona pesquera de la ciudad portuguesa de Vila do Conde, para filmar a las mujeres de los pescadores y tratar de arrancar de ellas fragmentos de realidad, destellos de lo cotidiano que revelen del cine la capacidad de extraer instantes que respiren auténtica verdad. Entre ellas introduce a una actriz, que interpreta a una más de las mujeres, se camufla entre las realidades que captura la cámara y reflexiona, también, sobre el personaje que ha creado a partir de las imágenes aisladas de un diario personal. La fusión entre ambos mundos da lugar a algo que contiene tanto la naturaleza de lo documental como de la ficción, pero al mismo tiempo no es ni lo uno ni lo otro. Quizá sea algo nuevo, un objeto que conviene identificar, reflexionar sobre sus posibilidades y sobre su potencial alcance, en tanto que puede aproximarnos a una dimensión cinematográfica que vislumbre un futuro cercano, un panorama donde las diferencias entre registro documental y relato de ficción ya resulten del todo indistinguibles y lo único importante sea rescatar la verdad que sean capaces de traslucir sus imágenes.
Observando la presencia de esa actriz que parece una más de las mujeres, uno cree observar a un personaje que se materializa en otra mujer, que se termina por confundir entre ellas y que propicia la confusión, también, de las otras mujeres con personajes, lo que da pie a sugerentes cuestiones. ¿Cómo reaccionar a este retrato social de un barrio pesquero si uno piensa que todo sea, tal vez, motivado exclusivamente a partir de una puesta en escena? Y si todo cuanto sucede fuese representación y no motivo de la improvisación, ¿qué dimensión tendría entonces esta película? Quizás esas dudas puedan tentar a pensar, como afirmó James Benning en torno a la naturaleza del documental, que “all films are fictions” (todas las películas son ficciones). O que, atendiendo a É o Amor, todas las películas tienen tanto de ficción como de documental, e ignorar la necesidad de percibir sus dos dimensiones resulta cada vez más peligroso.
Es por ello por lo que el film de Joao Canijo podría considerarse una película importante para unos tiempos inciertos, precisamente en una época en la que el cine digital ha terminado por dejar menos espacio para lo real y ceder el protagonismo a lo virtual: un relato que parece retratar la vida cotidiana de un grupo de personas anónimas pero que, tal vez, contenga un trabajo de puesta en escena mayor que cualquier superproducción de la gran industria. En cierto sentido, podría considerarse una declaración artística tan relevante como lo supuso en su tiempo el cine de Pasolini. Una ficción que se alimente de lo real, y una realidad que no pueda existir sin el dispositivo cinematográfico. Porque al contemplar É o Amor no existen diferencias al emocionarse con el reflejo de lo cotidiano como al identificarse con el personaje ficticio que crea Anabela, no hay distinciones entre aquello que parece premeditado o lo que uno puede identificar como puramente espontáneo. Lo realmente trascendente del film es la invitación a emocionarse a partir de esa veracidad que poseen sus imágenes, su halo de realismo, abandonarse a contemplar cómo ambos mundos cohesionan, conviven y finalmente se funden en uno solo.
La reflexión en torno a la naturaleza del filme parece primordial y una de sus cuestiones protagonistas, pero no conviene pasar por alto el alcance de un relato que navega entre los sueños de futuro, el valor del trabajo diario o la convivencia familiar. Las mujeres de los pescadores parecen poner en juego la humildad de sus vidas, de todo cuanto ellas son, como el mayor de sus tesoros. Unas vidas que no dejan de mirar hacia delante y que afrontan el trabajo diario como si se tratase de un combate cargado de optimismo. Se trate de ficción o de realidad, de espontaneidad capturada con fortuna o de una representación ejecutada con minuciosidad, lo único que trasciende es la posibilidad de observar cómo el cine ignora la procedencia de aquellos cuerpos y absorbe ese vestigio de lo real (esa huella indiciaria, que diría André Bazin) para convertirse en una historia que merece la pena visitar, dejarse habitar por ella. Si es cierto que todas las películas son ficciones, entonces quizá toda la vida sea también cine.