Cuerpos especiales (Paul Feig, 2013)

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Como si al acercar el plano la comedia se alejara, o como si se estuviera filmando a un grupo de amigos y lo único importante fuese rescatar la presencia de todos, Paul Feig concibe Cuerpos especiales desde la distancia. Tal vez porque, cuando las cosas se ven desde cierta perspectiva, aflora un humor que se cuela incluso en las situaciones más anodinas. O tal vez porque lo que más le interesa, por encima de todo, es ver cómo se relacionan entre sí Melissa McCarthy y Sandra Bullock y cómo, a partir de cierto esqueleto argumental, la película cobra vida gracias a la capacidad de improvisación y a la búsqueda continua de un gag definitivo que parece no llegar nunca.

En ese sentido, la película se convierte en un drama sobre la imposibilidad de hacer una comedia. Cuanto más se alarga la escena, persiguiendo el golpe de gracia, más se desvanecen sus aspiraciones, como si presenciar los encomiables esfuerzos de las dos actrices por crear juntas algo superlativo resultase doloroso. Observar esa continua imposibilidad por encontrar el humor a partir de la pura improvisación termina convertido en una experiencia frustrante.

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Quizás lo que reduce esta filosofía a cierto coqueteo con el fracaso propio de la comedia mediocre es la necesidad de moverse a través de un esqueleto argumental típico de la comedia policiaca, sin posibilidades de concebir un contexto absolutamente libre para la pareja protagonista.  Se ven obligadas, en su lugar, a rellenar los huecos que les deja la trama tras de sí, como si la cámara decidiera no cortar tras las líneas de guión y entonces las chicas creasen, en cierto modo, su propia película. De modo que no es una propuesta en firme, sino un permiso que se concede durante las horas de recreo. Al continuar otorgando la importancia principal a ese armazón convencional que da vida a la ficción, lo que se produce es un choque, una cierta incompatibilidad. Lo argumental encuentra dificultades para avanzar en tanto que sus escenas se dilatan infinitamente, y la libertad creativa se ve obstaculizada por esa necesidad de avanzar sin remisión hacia delante.

Lo que queda son ligeros destellos, pinceladas de unas intenciones que parecen mirar hacia otra parte, mientras se construye inevitablemente el más habitual de los tedios. Las dos agentes de la ley tratan de destapar un caso de tráfico de drogas mientras se enfrentan a los peligros de la calle, a los conflictos con sus compañeros y a las propias diferencias que surgen entre ambas. O quizás Paul Feig sólo quiera señalar muy sutilmente que en el cine ocurre como en la vida real, y que sólo hay que mirar diferente para que los géneros transmuten, porque si en la cercanía los personajes están del todo desquiciados, con la distancia a la que se filma todo se convierte en humor por arte de magia, y tal vez ahí radique la principal virtud de una película irregular, que se desinfla, que vuelve a retomar las riendas al principio de cada escena, que lo intenta y falla, y vuelve a intentarlo de nuevo.

Posiblemente lo único frustrante de Cuerpos especiales es que el continuo ensayo y error no termine en una revelación que otorgue sentido a la película, sino que el propio sentido de la película es ese arduo proceso de composición y descomposición permanente. Si ocurría algo parecido en La boda de mi mejor amiga (2011), aquí ha terminado explotando hasta convertir la ficción en un puzzle al que le cuesta encontrar sus piezas. Los paréntesis musicales terminan apoderándose del montaje. A pesar de ese sugerente proceso de exploración y desencuentro, lo que termina filmando únicamente Paul Feig es el hecho de no haberse encontrado con nada nuevo al final del camino. Ha olvidado celebrar la valentía por todo aquello que se atrevió a buscar durante el metraje.

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