No es la primera película firmada por Glen Ficarra y John Requa. Antes de dirigir esta, ya existía la esquiva comedia Phillip Morris ¡Te quiero!, protagonizada por unos Jim Carrey y Ewan McGregor entregados a sus respectivos papeles. Después de una primera película con una pareja homosexual como protagonista, su segundo filme intenta abarcar todos los universos afectivos posibles a través de personajes que se entrecruzan.
Se diría que el amor es el único motor de las historias que plantean los dos directores. Motor, principio y final, aunque en este caso el guión no les pertenezca como tampoco les pertenece ese peligroso tufo a la comedia romántica coral inglesa con la que se nos ha castigado en la última década, que ha terminado por redefinir muchos de los conceptos y los tempos que debe manejar el género.
Es esta, por tanto, una película de encargo que en manos de la pareja artística formada por Ficarra y Requa aprende a respirar con la dignidad y la coherencia que no tienen muchas de sus compañeras de género. Contribuye mucho a ello el hecho de contar con un reparto estelar dulcemente inspirado, en una película en la que hasta el papel más pequeño está encarnado por una cara conocida.
Se trata de una película coral, pero el protagonista sigue siendo Steve Carell, que continúa haciendo el habitual personaje con el que articula todas sus actuaciones aunque aquí aparezca más comedido y menos histriónico que de costumbre. Parece como si a las ficciones de Requa y Ficarra les hiciese falta nacer siempre a partir de una figura humorística y, desde ahí, construir el universo hostil en el que se ven inmersas las personas honradas.
Quizás suene redundante a estas alturas elogiar una interpretación de Ryan Gosling, que sobresale en un filme intrascendente aún cuando el profuso reparto y la abundancia de historias le resten el protagonismo que demanda su radiante presencia. Gosling es, con diferencia, el actor de su generación con mayor habilidad para la transformación, de una manera profunda, de su físico y de su interpretación. Emma Stone, sin embargo, pertenece a otra generación. La de los jóvenes que creen que la sobreactuación y la gesticulación desmesurada son la mejor exhibición posible del talento personal. Gosling plantea una creación. Stone, una exhibición.
Un matrimonio que se rompe, un adolescente enamorado, una chica que espera que pidan su mano, un treintañero triunfador capaz de conseguir a una mujer distinta cada noche. Se diría que todos los clichés están representados en un guión que pretende huir precisamente de ellos. En su intento por parecerse a la comedia romántica que agita el presente, Crazy, Stupid, Love se olvida de que su mayor arma es la posesión de un relato con algo de frescura aún construido sobre una colección de tópicos.
Precisamente, lo más interesante de la película es contemplar que todo funciona aunque no se transgreda ninguna de esas convenciones. Los realizadores han apostado por una narración fluida al servicio siempre de los actores. ¿Es este un nuevo estilo a la hora de filmar la comedia romántica americana? En absoluto. La diferencia está en que Ficarra y Requa filman a los actores con la mente puesta siempre en la historia. Actores al servicio de la historia, y no al revés.
Intérpretes, más que actores. Y de repente la comedia romántica se convierte en una historia conjunta y cohesionada, y no en una entrañable colección de actos de amor envasados al vacío. Todo queda un tanto desvirtuado cuando el tramo final comienza a azucararse y a preparar los finales más descafeinados jamás concebidos. Lo mismo ocurría en Phillip Morris ¡Te quiero! cuando el miedo a saltarse las convenciones le cortaba las alas a una película del todo diferente.
A pesar de revelarse finalmente como una película carente de riesgo, asentada cómodamente en unos tópicos que al principio parecía querer combatir, las sensaciones tras Crazy, Stupid, Love resultan tan inofensivas como del todo disfrutables. No se le puede pedir más a un modelo mediocre, concebido para acallar y adormecer las conciencias. Es la enésima prueba de que incluso dentro del sistema industrial de producción de los grandes estudios, la mirada de un autor de verdad puede obrar el milagro. Que nuestra mirada cambie con ella, y todo resulte nuevo una vez más.