Todo comienza con un libro, y con la presentación de ese libro.
Todo comienza con una mujer que asiste a esa conferencia, y a la charla posterior que ésta mantiene con el autor del libro, con algunos de los diálogos más sugerentes que ha dado el cine en los últimos años, una charla en la que acontece uno de los discursos más poderosos sobre el valor artístico de una copia frente a su original.
Y entonces, en un café, alguien les confunde con una pareja, y de repente y a partir de entonces se convierten en esa pareja desdichada que los demás son capaces de ver en ellos.
El relato se pliega sobre sí mismo, se desintegra, y las preguntas se disparan a la misma velocidad que la confusión se apodera de las primeras imágenes de ese brusco solapamiento.
¿Se trata realmente de una pareja? ¿Se trata de dos películas diferentes, en la que los mismos actores encarnan dos historias distintas? ¿Es la historia del principio y final de una pareja, donde simplemente hay un fragmento temporal intermedio que se le escamotea al espectador?
Demasiadas preguntas como para reflexionar acerca de lo que Kiarostami propone a partir de entonces, la enésima revisión del Te querré siempre de Rossellini como parte discursiva central de esa copia frente a su original, en la que cada plano sea capaz de remitir a otro ya existente.
Como señala el protagonista, parafraseando a Nietszche: “Intenta que lo importante venga de tu mirada y no del objeto en sí mismo”. Es, posiblemente, la manera más acertada de resumir el discurso inherente a la película, y sin duda también la mejor manera de enfrentarse a ella.
Sería poco acertado decir aquí que Kiarostami vuelve a un cine narrativo después de muchas de sus criaturas experimentales. Copia certificada obedece en realidad a la evolución, misteriosa e insoslayable, de un cineasta en una búsqueda narrativa permanente.
Cimentada en la magnífica interpretación de Juliette Binoche, acostumbrada a moverse en los territorios del cine de autor siempre bajo su imponente trabajo actoral, la película permanece abierta a tantas interpretaciones como ojos sean capaces de mirarla, admirarla, penetrar en sus misterios y leerla de mil maneras distintas.
Todo termina frente a un espejo, y frente a la idea de si el reflejo no tiene el mismo valor frente al objeto que una copia frente a su original.
Si la Gioconda no es más que la copia de algo que ya ha acontecido, la reescritura de un rostro real, Copia certificada no es más que la representación de todas esas ideas tratando de cimentarse en una estructura convencional, un milagro imposible. Una reflexión profunda sobre el arte de la reescritura, sobre la que está cimentado, en el fondo, toda expresión artística.