Cine, tres razones para amarte

1. El cine es el único arte frente al que nunca nos enfrentamos a su original. Podría decirse que comparte con el mundo de la fotografía ese hueco onírico de la representación en tanto que el negativo que registra la filmación, o la fotografía tomada, es el único vínculo con la realidad tangible de su naturaleza. El “original” entonces no existe, sólo existen sus copias, sus fragmentos, sus reproducciones, sus proyecciones, que son tan intangibles como interpretar música.

Más incluso, pues en la música podría considerarse la partitura firmada del autor como el original acabado (en el cine un guión jamás podrá ser considerado la obra final), y en la propia interpretación de la partitura aún puede existir el disco como registro. La proyección cinematográfica se convierte así en la representación artística más efímera posible.

Frente a esa verdad, nuestra actitud ante la proyección de una película resulta mucho más relajada que si se contemplara otro arte. Los museos, las exposiciones, los edificios, cualquier sala donde se expongan pinturas, esculturas, representaciones teatrales o incluso fotografías imponen un respeto natural que jamás ha poseído la sala de cine.

El cine acaba refugiado en unos guardianes secretos que éste ha inventado para sí mismo, un gremio al que todos pertenecemos alguna vez en nuestra vida. Somos aquellos soldados que, en mitad de la proyección a oscuras y ante el ruido incesante de algunos espectadores, mandan a callar con firmeza a toda la sala. Se convierte ese gesto en la única petición de respeto ante un arte cuya representación resulta tan difusa.

Abandonar una sala a mitad de proyección nunca será tan traumático como abandonar un teatro o un concierto, pues no existe en el cine la condición de arte que resulta elaborado frente a nosotros, sino que está aconteciendo un espectáculo “en diferido”. Si el ejercicio de presenciar la proyección de una película no se considera un acto artístico, ¿qué presente le estamos dando al cine como instrumento de comunicación?

2. El arte debería ser siempre reacción. Ante un discurso, ante una idea, que el arte produzca siempre una reacción, sea cual sea esta. El cine es el arte que más elementos conjuga y sacrifica al mismo tiempo para producir en nosotros algún tipo de reacción, y esa reacción además se produce a tres niveles. Reacción emocional, en las personas que lo contemplamos. Reacción mediática, en cuanto a la naturaleza periodística que encuentra una noticia alrededor de una película, y reacción comercial, en cuanto a la respuesta del público que acude a las salas.

Pretender que la propia obra de arte sea el objetivo conduce al ensimismamiento. La críptica obra de David Lynch lo es en muchos momentos por el egocentrismo autoral del realizador, o Terrence Malick cuando, en su búsqueda de la verdad y lo espiritual se golpea con lugares vacíos, imágenes de postal disfrazadas de libertad narrativa. Lo importante es la reacción en las personas.

Lo que nos hace sentir, lo que nos conmueve, o la lectura que sacamos de esa obra, eso es lo importante. Nadie sabrá más de cine que aquel que sabe si le gusta o no lo que ha visto, nadie como aquel que sabe conmoverse ante lo que presencia. Es igual que ese famoso dicho, “lo tengo todo, menos con quién compartirlo”. El cine siempre nos tendrá a nosotros.

3. Decía André Bazin que aprendía siempre mucho más de las malas películas que de las buenas, pues las que entendía que eran malas le ayudaban a descifrar qué era lo que le gustaba realmente, lo que buscaba al ver una película o lo que verdaderamente le conmovía de todas ellas. Era más fácil plantear una teoría sobre lo que es el cine o sobre lo que este debería ser a partir de la certeza de lo que no es en lugar de partir de lo que está gritando merecidamente la posibilidad de serlo.

Disfrutar incluso con las malas películas. El cine es ese extraño lugar en el que las peores películas jamás concebidas se convierten por arte de magia en obras de culto. Es la única isla en la que uno se refugia incluso de manera consciente en la elección de una mala obra a sabiendas de que lo es.

El entretenimiento sigue existiendo, incluso en lo malo. Es el lugar donde algunos sueños pueden materializarse, cobrar vida. También el lugar en el que muchos de ellos nacen. Es el arma definitiva con la que poder viajar a otros lugares, a otro tiempo, con la que vivir otras vidas, otras épocas y revivir o reescribirlas, con la que poder visitar lugares en los que nunca hemos estado y que quizás incluso no existan.

El lienzo de la pantalla, ese rectángulo mágico en el que todo aún es posible. Es en esa sala a oscuras, en ese espacio en blanco, en esas fotografías que se mueven y respiran a cada segundo que pasa, el lugar donde nuestra imaginación se convierte al fin en pura realidad. En algo que por fin se materializa.

¿Materializarse? Pero… ¿No era el cine una proyección de algo que no existe ni existirá jamás? Quizás todo lo que se proyecte sí que esté ocurriendo. Justo en ese mismo instante.