Cemetery of Splendour (Apichatpong Weerasethakul, 2015)

Cemetery of Splendour (Apichatpong Weerasethakul, 2015)

¿Cómo acercarse a una película del realizador de Tropical Malady (2004)? Haría falta aceptar las reglas de un mundo en el que parece no haberlas, afrontar el relato abandonándose a la cadencia contemplativa de sus imágenes y dejar que ese mundo ilusorio, en ocasiones impenetrable, revele toda su poética.

El cine de Apichatpong Weerasethakul, ese pausado laberinto sensorial, exige de una voluntad despierta por su capacidad para el desconcierto, pero ofrece no pocas recompensas. Su espiritualidad se revela trascendente precisamente porque su voz puede transformarse en muchas cosas pero nunca en algo grandilocuente, al tiempo que su aparente ausencia de ambición formal parece desnudar la película hasta el alma, cuando en realidad es todo forma.

Basta con acercarse a esa escena en la que dos hermanas surgen ante los ojos de la protagonista. Cómo el realizador convierte esa aparición fantasmal en algo cotidiano y natural, y cómo transforma un momento anodino en materia propia del sueño. El plano fijo, la ausencia de golpes de efecto… Las mujeres entran en cuadro como si se tratara de una persona cualquiera, y puede que ahí resida la gran belleza del cine del autor, por cómo lo cotidiano se revela mágico; por su capacidad para hacer de algo banal un momento hermoso.

Cemetery of Splendour (Apichatpong Weerasethakul, 2015)

Pero la mayor belleza de Cemetery of Splendour se sustenta en la forma con la que Weerastehakul enfrenta la historia de su país a través de sus fantasmagóricas ficciones. En el más profundo sentido del término, el realizador es un cuentacuentos, un artesano que desafía las formas narrativas porque sólo le importa el relato cobre vida de manera transparente. Es por ello que la película es muchas cosas a la vez (carta de amor a su actriz, poema político, travesía espectral de la historia de Tailandia) sin perder nunca de vista el relato íntimo que ha colocado en primera instancia.

En esa pequeña y primera capa de la película, en la que una mujer realiza su tránsito diario, parece ocultarse una trascendencia que se irá revelando conforme cada gesto desvele su significado. Nunca un film de tal sencillez encerró dentro de sí tal cantidad de significado. Tal vez sea el primer escalón en la etapa de madurez del director, que ha entrado con Cemetery of Splendour en un territorio en el que lo mágico ya no es motivo de asombro, sino una razón para asumir que la vida nos supera. Lo mismo ocurre con el propio cine de Weerasethakul, que sobrepasa y que puede desarmar a su audiencia. Pero ese desarme no viene nunca de una intención de exhibirse, sino del intenso deseo de encontrar imágenes que abracen.