Conviene señalar la presencia de National Geographic en un proyecto como éste para entender del todo que no se trata de un filme de Peter Weir, sino de una cinta producida con los paisajes como protagonistas a modo de reportaje sobre la naturaleza, con una película de Peter Weir en su interior luchando por salir a la superficie.
Basado en una conmovedora historia real, sobre un grupo de prisioneros de un campo de concentración de la Unión Soviética que huyeron a pie desde Siberia hasta el Himalaya para llegar a la India, la película no podría empezar peor, atropellada y sin criterio narrativo alguno, desprovista de identidad, arbitraria, desconcertada y tan tosca como carente de todo interés.
De repente el grupo escapa del campo de concentración, en un montaje también atropellado e inconsistente, y entonces, a pasitos cortos y torpes, la película va encontrándose a sí misma, conforme se toma tiempo para definir a sus personajes y darles al fin relieve.
Y entonces aparece Saoirse Ronan, que aún es una niña y no se ha convertido todavía en una gran actriz, pero que con su presencia ilumina toda la película y que ayuda a que el filme encuentre también su estética y la manera de iluminar a sus personajes, a través del filtro de sus individualidades y las relaciones entre ellos.
Y aparece un largo desierto, y la superación personal, y la densidad y complejidad de los personajes, y (por fin) el espléndido y necesario fondo sonoro de Burkhard Dallwitz, y entonces sí, al fin, nos encontramos con una película de Peter Weir, ese autor siempre a caballo entre lo artesano y lo experimental que renuncia nuevamente a entregar una película cualquiera, solo que la dota de personalidad muy pasado su ecuador.
Sin duda la segunda mitad del viaje épico es mucho más emocionante y poderosa que su primera mitad, donde los acontecimientos se suceden caótica y torpemente, pero para entonces la película no puede más que aspirar a ser uno de esos filmes sobre la superación personal y los buenos sentimientos, sin alma alguna.
Habitual es el excelente trabajo de Weir con sus actores. Repite con el director un espléndido Ed Harris y sobresale entre todo el grupo el matizado trabajo de Colin Farell en un pequeño pero brillante papel que le ayuda a huir de los roles a los que le han encasillado en los últimos tiempos.
Uno tiene la sensación de agotamiento, de experiencia personal, tanto como la que han vivido los personajes, al terminar la cinta. El viaje emocional, sin embargo, apenas tiene lugar salvo en contadas escenas. Tal vez la película esté llena de imágenes preciosas de Siberia, del desierto de Gobi o del propio Tíbet, pero uno no puede dejar de preguntarse qué hubiera sido de esta película en manos del siempre interesante Peter Weir, bajo unas circunstancias diferentes.