The Assistant (Kitty Green, 2019)

En The Assistant, una joven está a punto de darse cuenta de que las cosas no son como ella soñaba. Ha empezado a trabajar en una productora, y hay algo que le preocupa más allá de no tener tiempo para atender los ruegos de sus padres: el lugar en el que deseaba estar la está alejando por completo de la persona que quería ser.

En su oficina no existe rastro alguno de nada que tenga que ver con lo creativo, y el trato hacia ella, entre la indiferencia y la desconsideración, está lejos de lo que podría distinguirse como digno. Los días son todos iguales, rutinarios, apagados, insípidos.

El contraplano de aquellas fotocopias muestra los rostros de portfolios femeninos que optan a entrar en la oficina, quizás como actrices de un proyecto futuro, quizás como nuevas asistentes.

Sus compañeros masculinos no la invitan a participar de las bromas de la oficina, dejando entrever que la consideración entre hombre y mujer, incluso en el sector más joven, aún hoy sigue creando heridas profundas.

Y, como puede contemplarse a través de estas pequeñas capturas, que no son sino lejanos y torpes ecos de la película a la que hacen referencia, la puesta en escena de toda esa situación se construye a partir de una sobriedad absoluta, centrada en la rutina insípida y dejando fuera de plano, a conciencia, lo que ocurre en los despachos de la productora.

Como se verá más adelante, o al menos quedará sugerido, el director de la oficina pretende abusar sexualmente de las jóvenes a las que entrevista. El film denuncia así, a su manera, una época de abusos en el marco de la industria cinematográfica que tiene su cenit con el caso Weinstein, en la que “nadie veía nada”, o como sugiere la película a través de sus personajes secundarios, todos saben pero todos callan.

Kitty Green es una directora ya conocida por su gusto por deconstruir los temas a los que se acerca. En su anterior documental, Casting JonBenet (2017), convocaba un casting con el que reinterpretar la escena de un crimen. Esa era la excusa, pero lo que le interesaba a la realizadora realmente era que los testimonios de los actores que se acercaban al casting terminase por armar el puzzle imposible de aquel asesinato. En ese sentido, The Assistant también nace como una auténtica apuesta formal: pasar distraída por delante de uno de los momentos más sórdidos de la sociedad del presente, como nos ocurrió a todos. ¿Puede la cámara mirar hacia otro lado, realmente? Crear una película completamente aséptica constituiría un gran logro narrativo, mientras que mostrar una flaqueza en ese aspecto podría suponer arrojar el proyecto a un terreno mucho menos interesante o, al menos, mucho menos valiente.

En la película solo está presente el plano subjetivo cuando la protagonista redacta los emails de su trabajo de forma mecánica y entonces la cámara se sitúa también frente a la pantalla, captando apenas algunas palabras. El contenido no importa, sino mostrar la deshumanización del proceso. Es por ello que estos primeros planos a la pantalla del ordenador deberían descartarse si uno busca analizar la película en términos de cómo construir esa puesta en escena de lo aséptico.

Incluso la película rechaza por completo la construcción en plano-contraplano para narrar muchas de sus situaciones, hasta que Jane se golpea contra un muro: acude a comentar la situación que está percibiendo en la oficina, pero un compañero (otro hombre) le niega la posibilidad de una denuncia, la convence para que se marche y evite hablar del tema.

Aquí sí que asistimos a una confrontación, un plano-contraplano frente al que Jane no puede hacer nada. Haber evitado ese recurso formal durante todo el metraje (tan convencional en otras narraciones) y usarlo por fin aquí, otorga una potencia inusual al encuentro con la última de sus frustraciones.

Pero donde realmente la película se juega su profunda apuesta formal es en el momento en que Jane se anima a ver un DVD con el material que ha enviado una de las aspirantes a los proyectos de la oficina. Saca el disco de la funda y se dispone a introducirlo en su ordenador personal.

Y entonces hay un plano general en el que vemos a Jane atenta a su pantalla, atenta al vídeo que una actriz ha enviado a las oficinas. Llevar la apuesta formal planteada por Kitty Green hasta las últimas consecuencias supondría mantener este plano, no ofrecer ninguna de las imágenes que Jane está contemplando. De ese modo, la supuesta asepsia narrativa de la película redundaría en una víctima sin rostro, en alguien a quien escuchamos su voz pero nunca vemos, que es otra forma de convertir a la víctima en alguien universal, en cualquiera. Amplificaría la potencia del discurso. Un gesto que estaría en consonancia con todo lo construido hasta entonces. Estaría en consonancia consigo misma.

Pero la película termina tentada de mostrar el contraplano, tentada de enseñar las imágenes del vídeo, tentada de enseñar a la chica, la futura víctima, de personificarla, de hacerla real, y con ello, tal vez entrar en el terreno de la sordidez de la que el filme ha intentado huir todo el tiempo.

De algún modo, es como si la película se traicionase a sí misma para lograr una emoción (una indignación, en este caso, un terror por los acontecimientos futuros) que, desde el inicio, había dejado claro que no formaba parte de la hoja de ruta. ¿Un giro inesperado? ¿Un brote repentino de humanidad por parte de la directora? ¿O, tal vez, el camino más fácil tras una travesía ejemplar?

Es un gesto pequeño, no es más que un simple plano. Pero en esta revelación también hay una pequeña traición, a la de la propia filosofía que vertebraba la película y lo seguirá haciendo tras esa secuencia. The Assistant no tiene tanto interés argumental como formal: concebir la película de esa manera, sin mostrar nada de lo que ocurre, ni siquiera los rostros de la víctima o el verdugo, era una manera de denunciar la actitud alienada de toda una sociedad, que pretendió mirar hacia otro lado durante décadas. ¿Haber incluido este plano, este mínimo detalle, es suficiente para echar por tierra todo lo planteado hasta el momento? ¿Son estas pequeñas decisiones las que determinan el verdadero alcance de una película? Son preguntas que nos invitan, y nos invitarán siempre, a seguir pensando el cine.