Habría que preguntarse si la belleza de un relato cinematográfico se crea, se diseña o simplemente se filtra a través del plano. ¿Pueden los paisajes determinar la belleza de una película? ¿El tratamiento de un tema elevado? Sería ingenuo pensar que el simple contenido ya convierte la película en algo valioso y necesario. Son las formas, por encima de todo, las que determinan la auténtica honestidad de un film y las que revelan si los temas han sido escogidos como auténtico vehículo de comunicación o bien como mercancía con la que poder hacer caja.
Alma salvaje cuenta con el peligro de constituirse por sí misma como un viaje existencial, con toda la complejidad que ello supone para poder diferenciar entre la belleza del fondo y la tiranía de las formas. Si bien sus temas pueden considerarse del todo inspiradores, la manera de presentarlos puede resultar embaucadora.
Habría que partir de un pequeño detalle, con el que poder entender la impostura del conjunto: mientras viaja por el desierto con el deseo de encontrarse a sí misma, Cheryl Strayed (Reese Witherspoon) descubre que sus botas son demasiado pequeñas para avanzar con comodidad. Es entonces cuando la cámara realiza un movimiento brusco para poder encuadrar el calzado con precisión, abandonando durante un segundo el resto de elementos de la escena. Es un detalle sencillo que ayuda a detectar la mano de un director mediocre: mientras su película pretende hablar de la libertad, él impone hacia dónde debemos mirar. No se trata de la elección de un punto de vista, sino de condicionar la propia puesta en escena para forzar nuestra mirada hacia un objeto. Decisión de cámara que, en lugar de transmitir una idea, pretende imponerla.
No se trata de la primera vez que ocurre en el cine de Jean-Marc Vallée, un realizador empeñado en que sus films posean una sola dimensión, una única manera de entenderlos, que es también una manera de hacerlos más populares pero también más elementales, menos inspiradores (justo lo contrario a lo que busca). En realidad, cuando la cámara se detiene a observar las botas de Cheryl lo hace porque sabe que para “avanzar” de verdad, la joven debe hacer primero las paces con su pasado, con toda esa carga emocional que arrastra desde el fallecimiento de su ser más querido. Y de nuevo, para representar esa lucha interior con la vida pasada, la película vuelve a caer en la mediocridad de las formas: el flashback continuo e indiscriminado. Los recuerdos se suceden bajo las rutinas propias de un telefilm y el recurso, que en sus primeros compases parece generar una interesante fuerza dramática, termina funcionando por agotamiento, bajo la desidia de viajar del pasado al presente hasta la saciedad.
En el fondo Vallée no tiene demasiada alternativa a la hora de jugar con su heroína: el relato sigue la biografía de la propia Cheryl Strayed y, en ese sentido, ni el director ni la propia película pueden sortear las peligrosas implicaciones de lo que aquí se cuenta. Más allá del viaje como catalizador, el relato que propone Cheryl termina por explicar que su comportamiento reprobable ha estado siempre justificado por el drama familiar, con todos los peligros que supone aceptar su filosofía: años de irresponsabilidad se pueden curar con un viaje por el desierto que purifique el espíritu, como si el dolor personal hubiese dado carta blanca con la que poder enfrentarse a la vida desde la cobardía y el libertinaje. ¿Puede haber una película más alejada de Tracks (John Curran, 2013)?Detrás de las canciones fabulosas que acompañan el trayecto, tras cada peaje y detrás de cada bonita puesta de sol, tras cada paisaje fascinante, Alma salvaje termina revelando que el viaje purificador no se utiliza en realidad sino como una forma más de seguir huyendo de uno mismo.