Uno de los elementos por los que puede percibirse que estamos ante una mala comedia aparece cuando descubrimos que, no sólo los personajes secundarios son quienes hacen avanzar toda la trama en realidad, sino que además, una vez resuelven la vida de la pareja protagonista, su destino parece importar tan poco como nuestro interés hacia la película.
Es el caso de Algo prestado, comedia romántica que nace con las pretensiones justas de una comedia de enredo progresivo, pero cuya base es tan endeble que su carácter previsible pronto echa por tierra todos los giros de su pobre argumento. La película acaba siendo tan tonta que no supone un insulto como espectador. La sensación más bien es la de inevitable vergüenza por asistir a la proyección de un producto tan nimio.
Sucede a veces en este tipo de películas que la sola presencia de un actor resuelto, o una actriz cuyo encanto ocupe toda la pantalla, son suficientes para hacer de su visionado algo agradable en tanto que ellos lo hacen creíble. No es el caso. La incómoda presencia de Ginnifer Goodwin como protagonista absoluta de la función, una actriz que desangela todo plano en el que aparece, hace que todo respire una profunda banalidad.
Quien único parece divertirse aquí es Kate Hudson, haciendo el odioso papel de villana prometida con el eterno enamorado de la sufrida protagonista. Todos los estereotipos están servidos. No resulta algo insalvable, pues no son pocas las comedias deliciosas que han surgido a partir de unos cánones bien conocidos, pero la desidia de estos actores y la magnifica recreación en lugares comunes de un guión mediocre apuntan alto para que la película encuentre su hueco entre las películas del montón.
Ocurre aquí la eterna trampa del producto diseñado para el puro entretenimiento. No puede encontrarse mayor engaño para ellos que en esa discutible frase, “es lo que el público pide”. Desde que se forjara esa frase con letras de oro en algún lugar de la idiotez colectiva, murió el género del entretenimiento para dar paso al género de lo mediocre. El cine que no hace pensar. ¿Existe realmente el cine sin existir pensamiento? Debe existir, al menos, una línea entre el cine que no te obliga a pensar y el que te convierte directamente en un pelele.