Para entender qué tipo de espectáculo es Ahora me ves basta con acercarse a la secuencia que presenta a Henley, el personaje de Isla Fisher. En ella, la joven realiza un truco de magia de una dificultad asombrosa. El público vitorea sin cesar y el plano no deja de moverse como si asistiera al espectáculo definitivo, pero algo parece ir mal y la chica queda atrapada. La cámara se marcha a registrar el rostro de los espectadores, que dejan de aplaudir asustados. El tono cambia, las pirañas entran en acción, el lugar se encharca de sangre y las pupilas se dilatan. Los aplausos dan paso a los gritos hasta que, en el otro lado de la sala, emerge una Henley sana y salva que da paso al asombro y, de nuevo, a los aplausos.
Así es Ahora me ves: una montaña rusa de sensaciones, aunque nunca importe el cómo ni el porqué. El proyecto parece nacer del hermoso deseo de ponerse siempre del lado del espectador, pero ese deseo nunca es honesto en tanto que la manera de conseguirlo es aturdiendo los sentidos. Quiere estar tan cerca del punto de vista del espectador que, como advierte su propio argumento, pierde totalmente la perspectiva y termina jugando bajo un peligroso ensimismamiento.
Sacrificar la lógica interna del relato para sorprender al espectador a toda costa. Incluso nos pide que abandonemos toda lógica. ¿Con qué intención? Para buscar “la magia”, según el filme, condenando a quien mira con los ojos de lo analítico y no se deja llevar por la experiencia. Pero lo cierto es que ese bonito discurso queda utilizado, únicamente, para que el propio espectador de la película no se cuestione nunca lo lejos que está en realidad de encontrarse frente a esa magia de la que se habla.
Hay una necesidad de reforzar continuamente lo visual a partir de una equivocada idea de virtuosismo. Equivocada, porque ese buscado aturdir de los sentidos desorienta y emborracha, pero todo está concebido para distraer de la vacuidad del relato, no para potenciarlo. Toda escena está partida en dos escenarios simultáneos para poder crear esa falsa sensación de ritmo trepidante. De este modo, mientras explica sus trucos con la intención de hacer gala de su inteligencia, está creando también nudos de la trama absurdos, imposibles e inexplicables. Y no hay tiempo siquiera de discutirlos porque su vertiginoso e injustificado montaje está siempre mirando hacia otra parte.
“Odio a aquellos que se aprovechan de la debilidad de otros”, dice indignado el personaje de Mark Ruffalo en un momento de la trama. Hermosas palabras, si no fuera porque la propia película hace lo mismo con el público al que intenta llegar. ¿Cómo explicar, si no, que el filme se atreva a integrar la presentación televisiva o la publicidad que hace Morgan Freeman en el propio discurso estético, como si todo fuese parte de un solo lenguaje?
“La magia es un engaño planificado”, se llega a decir en otra escena. Consumir, disfrutar del engaño y olvidar. Esa es la propuesta del argumento y también la que vertebra al propio filme, que confunde el cine con otra clase de espectáculo. Louis Leterrier juega, más que nunca en su filmografía, a utilizar recursos narrativos que aún no ha sabido digerir, como las animáticas que permiten pasar de una habitación a otra a través de la cerradura de una puerta, al estilo de David Fincher, o a la épica propia de Christopher Nolan, como si este proyecto viniera de aquellos que acaban de ver El truco final (2006) y aún no la han entendido. La mala dirección de actores, a pesar de su generoso reparto, convierte el trabajo interpretativo en lo más parecido a una función de instituto. Cada actor hace lo que puede bajo su propia conveniencia, adaptando papeles de su pasado para salvar a los personajes de esta cinta. Leterrier rubrica el trabajo con escenas de acción tan gratuitas como los suntuosos movimientos de cámara.
Es triste contemplar el duelo interpretativo que deberían mantener Morgan Freeman y Michael Caine en dos de las escenas de la película, con el pobre nivel de esos diálogos. ¿Qué se necesita para conseguir que dos actores como estos lleguen a ofrecer una interpretación olvidable? “Debes ser siempre el más listo de la sala”, sentencian en una escena de la película. Lo peor de Ahora me ves es que se mueve siempre bajo esa aparente seguridad, casi arrogancia, de quien cree estar siendo terriblemente inteligente. El filme es portador de los mejores trucos de magia posibles, pero también se revela incapaz de reconocer dónde se encuentra la auténtica verdad.