Cuando Adrián Orr filmaba Buenos días, resistencia (2013), cortometraje que es en buena parte la génesis de este primer largo, lo hacía trascendiendo los lugares comunes en los que se había instalado el cine de su tiempo. El cineasta seguía incansable a un joven encargado de unos niños (padre o tutor, nunca queda claro y no importa demasiado), registrando la tarea titánica de levantarlos y llevarlos al colegio en un día cualquiera. Si bien la cámara dejaba constancia de los efectos de la crisis económica, el objetivo no era puramente ilustrativo y mucho menos oportunista: se trataba de filmar, en su esencia y revelando todas sus dificultades, la experiencia de paternidad en una familia a pie de calle.
Podría decirse que Niñato no es tanto una continuación de aquello como una suerte de cara B, una respuesta a las preguntas que surgen tras la pieza corta y que descubren qué hay más allá del gesto heroico de acompañar a los niños desde casa hasta la escuela. Ese más allá va a ilustrar, con una naturalidad envidiable, el proceso de educar a través de los gestos cotidianos en la intimidad del hogar. Casi se diría que la cámara explora qué se esconde tras el significado de educar. Un proceso que se filtra y se camufla en cada una de las decisiones que toma el adulto, que todavía trata de encontrar un equilibrio entre su vida anterior, sus aspiraciones y la nueva vida que le han propiciado esos niños a su cuidado.
Tal y como ocurría en el cortometraje la herramienta fundamental de representación continúa siendo el plano secuencia, la forma más potente de arrancar de cuajo pequeños fragmentos de realidad directos hacia la pantalla. La belleza de ese recurso, que vertebra la película, ilumina las sensaciones que emergen en la hostilidad de la calle, del exterior, y de la soledad que se respira en casa, en el interior: todo forma parte de un mismo espíritu de indefensión, de incertidumbre sobre la que caminar, con el deseo de otorgar un porvenir a los niños como gran motor con el que avanzar hacia delante.
Que el cineasta haya acudido a un esbozo anterior suyo para concebir su primer largometraje no es en absoluto un paso atrás, sino la solución lógica de un proceso de descubrimiento: al bucear en la historia sobre la que ya había trabajado en el pasado, descubre una nueva forma de acercamiento en coherencia con lo anterior pero con nuevos y múltiples desafíos. Una película diferente parece surgir en ese momento en que el joven se despide de una chica en el interior del coche, dejando entrever todas las historias de renuncia de su protagonista, que quedan condensadas en la mirada perdida de su plano final. No es una vuelta atrás, sino un paso hacia adelante gracias a todo lo aprendido. En la belleza, en la crudeza, en la pasmosa naturalidad de este Niñato y en su habilidad para mostrar que todo está aún por ser construido, puede percibirse que Adrián Orr no ha abandonado el deseo de aprender del todo qué significa, para él, el gesto de hacer cine.