Son abundantes los relatos sobre la generación perdida en la cinematografía contemporánea, especialmente y con una gran presencia en el cine de nuestro país.
Alberto Rodríguez, que se confirma como genial radiografista de esa generación, ofrece un relato crudo y coherente, dotado de una fuerza narrativa inusual en nuestro cine, de grandes interpretaciones y un discurrir de un nivel sorprendente.
La película gira en torno a tres historias, tres amigos, una noche desenfrenada en la que ambos pierden el control y terminan tocando fondo, cada uno a su manera. La narración fragmentada, que sigue a cada uno por separado durante el transcurso de esa fiesta y vuelve a mostrar la fiesta bajo los tres puntos de vista, muestra sus fisuras en cuanto el espectador reconoce esa estructura y adivina los procesos antes de que éstos tengan lugar.
Ese montaje por otra parte se revela necesario en tanto que sirve para reflejar las historias de tres personas perdidas en el mundo adulto, hastiadas de ostentar responsabilidades que no han podido elegir, ni son capaces de asumir. Un retrato del estado del bienestar donde el deseo de escape de la edad adulta y sus responsabilidades resulta aterrador.
La estupenda dirección conduce con mano férrea este discurso y es coherente con él hasta las últimas consecuencias, sin ceder nunca a su concepción narrativa. Ésta sin embargo flaquea antes de que puedan funcionar por separado las tres historias. Ya existe información suficiente para que la tercera historia deje de importar por completo.
Permanecen únicamente ráfagas como únicos focos de interés, escenas aisladas, momentos brillantes, y el disfrute de una película española rodada con maestría y con absoluta coherencia. El inconsciente poder de decisión sobre otras vidas, la falta de consciencia sobre nuestra propia realidad, y nuestra fragilidad total son algunos de los temas que Alberto Rodríguez explota con éxito y consigue manejar en unas pocas secuencias con solvencia y eficacia.
El fracaso de After no radica en el interés de su propuesta, que es muy poderoso. Radica en que no consigue acercarse siquiera a la estela de su mayor referencia: La alargada sombra del cine de González-Iñárritu. Como mucho se queda en un descafeinado Fatih Akin, incapaz de contar nada nuevo, preso de sus propias piruetas estructurales.