Que una película como ‘Frozen River’ vea la luz en nuestro país más de un año después de su estreno, dice mucho del estado de las cosas. Sin embargo, que haya conseguido distribuirse, avalada únicamente por su nominación al oscar, resulta también un dato revelador sobre el tipo de cine independiente que es capaz de instalarse finalmente en nuestras carteleras, y sobre el estado del cine en un aspecto global.
Se trata de una película realizada apenas sin presupuesto, de esas en las que su existencia misma es ya un milagro, y que se acoge fervientemente a un mensaje de denuncia social y sentimentalismo fácil para tratar de convencer a su audiencia (y, muy posiblemente, también a quienes la financiaron).
Poniendo de relieve no sólo las lagunas legales y la falta de competencia legislativa en la colonia Mohawk junto a la frontera, sino también el deplorable estado de la comunidad que trata de sobrevivir en las cercanías, el filme apunta siempre con miedo y torpeza a la denuncia social más evidente, retratada sin sutilezas pero perdiéndose en su propio discurso al querer señalar a muchos culpables sin atreverse a hacerlo con ninguno.
Que la actuación protagonista de Melissa Leo resulte conmovedora, en su papel de madre soltera que debe luchar por sus dos hijos en un territorio hostil, no es suficiente para sostener un filme que acusa la falta absoluta de una puesta en escena, de una narración que sea capaz de contar algo más allá de los meros hechos que se relatan, y se instala con apatía en el formato del filme televisivo, asumiendo sus enormes limitaciones.
La película juega pues al engaño, a la manipulación emocional del espectador justificándose en la ‘sencillez’ de su relato. Lo estéril de su propuesta se manifiesta en la previsibilidad, en su planicie narrativa, en las insulsas interpretaciones del resto del reparto, y en aferrarse sólo en su premisa inicial confiando en que eso la salve de caer en el foso, cuando son evidentes la saturación existente de películas con la misma temática y la imposibilidad de comparar ésta con otras grandes películas del género.
Un retrato social de actualidad escrito con precisión, pero arraigado fuertemente a los convencionalismos más previsibles, se revela en suma una cinta innecesaria, en tanto que no cuenta nada más interesante que la propia situación digna de denuncia. Surge la pregunta entonces de si un simple documental no resultaría más acertado. El mero hecho de que se genere esa cuestión constantemente durante el visionado de ‘Frozen River’ delata las cualidades de la película.