The International (Tom Tykwer, 2008)

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Comenzaba a retrasarse demasiado que el cine le tomara el pulso a la crisis económica actual y explotara el filón a través de sus argumentos. ‘The International’ es uno de los primeros y más importantes filmes, que se atreve además a señalar al sistema bancario como principal causante de la crisis.

 

Tom Tykwer ha abandonado ya sus ínfulas de autor trascendente (molestamente visibles en ‘El Perfume’) y ha adocenado su frenético ímpetu narrativo, desprovisto de fuerza y de sentido, para atesorar únicamente algunas de sus mejores virtudes como cineasta: la belleza espacial, la búsqueda de una originalidad narrativa que no esté reñida con lo accesible, con el puro entretenimiento.

 

En definitiva, Tykwer ha ido elaborando con los años (y no sin producir unas cuantas piezas mediocres en el trayecto) una capacidad asombrosa para mantener su visionaria manera de rodar incluso en un proyecto grandilocuente, comercial y falto de personalidad como éste, y ha dotado a una película cualquiera de acción en un filme único, provisto de una fuerza visual embelesadora, de una finura narrativa que se escapa de las propias torpezas de un guión deplorable y cuyas imágenes logran permanecer en la memoria por encima del propio relato que cuenta.

 

Clive Owen y Naomi Watts, protagonistas del filme desdibujados a causa de unos personajes trazados bajo un lamentable trasfondo, se desenvuelven con soltura reinterpretando las premisas dramáticas que han acuñado los personajes de sus últimos trabajos. En esas caracterizaciones, ninguno de ellos tiene la fuerza suficiente para evitar que la película navegue a la deriva en una nadería policíaca que mezcla los elementos clásicos del género envueltos en una pantomima detectivesca que nunca funciona.

 

Cuando Tykwer logra penetrar en el relato y hacerlo olvidar a partir de su imaginería visual, es cuando la película realmente funciona. Para el recuerdo queda, pues, la escena más clara en la que esa combinación eleva la cinta a otro nivel. Aquella en la que un museo sirve de escenario para uno de los mayores tiroteos que se recuerden en la última década, un absoluto prodigio de montaje, planificación y rodaje, donde las aspiraciones del filme salen a la luz y donde realmente se convierte en un producto disfrutable.

 

Asentado en la industria americana, el director alemán se confirma como un artesano del mejor cine de acción, el cine comercial que debe hacerse hoy, en el cine contemporáneo: aquél que, aún contando con un argumento simplista, busque la emoción a través del arte por encima de todas las cosas.