No ha vuelto a haber una obra que trascienda el medio de la forma en que lo hizo Pozos de ambición, que constituyó por sí sola una nueva forma de entender el cine. Dinamitaba todo lo anterior, al mismo tiempo que reformulaba la historia del séptimo arte a través de la mirada única de Paul Thomas Anderson. Podría afirmarse lo mismo sobre la trascendencia de aquella partitura compuesta por Jonny Greenwood en el terreno de las bandas sonoras.
Esta nueva colaboración entre ambos, que se corresponde con la siguiente película del director, sigue la estela de aquella obra sugerente e inclasificable. No se convierte, sin embargo, en una mera continuación o en una repetición de ideas bajo un prisma diferente. Son las mismas texturas pero toman aquí caminos bien distintos para generar discursos muy diferentes. Orquesta de cuerdas que suena como un grito ahogado, como un lamento interior. Suena como el alma del celuloide que se despega por un momento de su letanía silenciosa y se convierte en música.
La pieza Overtones, de The Master, podría emparentarse fácilmente con Open Spaces, que también iniciara el universo sonoro de Pozos de ambición. Orquesta de cuerdas que no plantea un desarrollo melódico como forma de contar una historia. Se trata, más bien, de crear un lugar, de formalizar un estado anímico, de concebir un espacio, un cierto tono. Crear el discurso a partir de un lugar, no de un desarrollo. La luminosa hermosura de la pieza contrasta con su rabioso coqueteo con la disonancia y con los efectos en clúster, ese juego de contrastes tan presente en la música de Greenwood para el cine.
Back Beyond propone una versión con cuarteto de cuerdas que, posteriormente, se convierte una vez más en una conjunción de elementos que conforman un estado anímico, un color, una manera de representar el espectro sonoro. Su belleza no está constituida por la búsqueda perezosa de acordes hermosos, sino por la sinceridad de una pieza introspectiva que superpone la contención por encima de todas sus virtudes.
Alethia es un fragmento que revela novedades compositivas en el autor y merece ser tenido en cuenta como uno de los mejores cortes del álbum. El arpa crea ritmo y movimiento. Por encima de ella clarinete y flauta generan sugerentes comentarios. Es una pieza que anuncia a un Jonny Greenwood más melódico, y sobre todo, capaz de establecer patrones rítmicos que se alejen de su habitual comportamiento contemplativo para alumbrar una escena plena de movimiento.
Atomic Healer es la pieza que mejor revela, quizás, el fuerte componente psicológico de la cinta a la que acompaña, un clima sonoro que también aparece en The Split Saber, corte con sabor a cine clásico tamizado por las tracerías de la música contemporánea, de tensa construcción y soberbia elección de los timbres sonoros. El órgano comienza su participación progresiva en la banda sonora hasta convertirse en auténtico protagonista. En ese sentido, The Split Saber es una de las zonas más conseguidas del score pues aúnan todas las virtudes del trabajo y se convierten, además, en uno de los puntos emocionales centrales.
Baton Sparks conjuga elementos dramáticos que ya habían sido utilizados por Greenwood en Future Markets, corte perteneciente a Pozos de ambición, con la salvedad de que aquí la tracería rítmica violenta desemboca en una vuelta al discurso lánguido en forma de Adagio, casi más a la manera clásica de un Charles Ives que a la de un compositor de cine contemporáneo. Las cuerdas caen en un glissando devastador, que poco tiene de caprichoso. Las connotaciones dramáticas y discursivas de todos los efectos sobre las cuerdas es uno de los puntos fuertes del score, y también protagonizan los momentos más intensos, turbadores y sugerentes del álbum.
Conviene destacar también His Master’s Voice, una pieza de clara vocación melódica, ciertamente apartada de la tradición de las otras zonas del trabajo. Aparece un piano como acompañante, el arpa desaparece, quedan los instrumentos de cámara que tras las variaciones acometidas durante la banda sonora se han convertido en auténticos personajes con personalidad propia. Es el tema más emotivo, y el que termina por demostrar la sorprendente versatilidad de Greenwood para concebir cualquier clima emocional al mismo tiempo que una gran variedad de recursos, tímbricos y expresivos, a pesar de utilizar siempre una plantilla orquestal muy limitada. Su paleta de colores, a pesar de ser realmente reducida, termina tejiendo otra obra singular. Estamos lejos ya del impacto que produjo aquella, la que todavía sigue siendo su obra maestra. Cinco años de distancia, en concreto. Incluso con aquellos mismos tonos de color, en un nuevo lienzo, su mano salpicada de genio sigue tiñendo el vacío de alucinaciones inalcanzables.