Cuando te encuentre (Scott Hicks, 2012)

En algún punto del camino, a alguien se le ocurrió que “las películas que te hacen llorar” son un género en sí mismo. Pero no el cine que conmueve de verdad, sino las películas que conducen a la pena y el llanto. El espectador de cine, que no el cinéfilo sino el consumidor acérrimo, sigue pensando que el séptimo arte es y debe ser una montaña rusa obligada a generar únicamente emociones primarias. La alegría en la comedia, la tristeza en el melodrama y el miedo en una cinta de terror. Ahí debería terminar, según esa filosofía de lo superficial, el cometido artístico del cine.

Bajo ese paradigma de las películas que se venden solas han terminado amparados también aquellos que viven de vender sus materiales literarios a los grandes estudios, tanto autores de novelas como escritores de cómics y relatos de ficción en general. Entre ellos Nicholas Sparks, un autor que es necesario incluir aquí como uno de los adalides del género en tanto que su adaptación de El diario de Noa es una de las más celebradas “películas que hacen llorar” por ese público amante de las historias conmovedoras que ignora cómo la manera de contarlas bien podría constituir un crimen por los niveles de manipulación emocional a los que somete.

Perpetrada por la misma pluma llega esta nueva adaptación cinematográfica, que cuenta una entrañable historia de amor y que funciona por sí misma, de no ser por un entramado argumental de alarmante impostura encabezado por el pasado del protagonista como soldado destinado en Irak y la historia de imposibles coincidencias que le impulsan a un viaje para buscar a la chica de una foto que encuentra en el campo de batalla, haciendo confundir el concepto de inverosímil con el de romántico. Si no es suficiente, la trama incluye a un antagonista que desea conquistar a la misma muchacha y que no tiene otra cara más que la maldad sin medida y sin justificación que convierte en ridículo al clásico villano estereotipado y construido sin profundidad.

De modo que, por un lado, tenemos una bonita historia de amor que podría haber funcionado en la pantalla de manera totalmente autónoma, y que sin embargo queda ahogada por esa estructura convencional que debe mantener las justificaciones absurdas y los estereotipos más detestables con la falsa idea de que así se sostendrá mejor. Lo que queda es una parte central del relato plenamente disfrutable, es decir, cuando nada debe ocurrir más allá del desarrollo natural de la relación sentimental. Es ahí donde la música de Hal Lindes y las puestas de sol fotografiadas por Alar Kivilo endulzan en material hasta convertirlo en ese cine de postal tan deseado por cierta audiencia y que aquí rezuma el encanto de lo agradable y lo displicente.

Inteligente Zac Efron que escoge uno de esos papeles en los que apenas es necesario articular un solo gesto para caer en gracia cuando el personaje está bien construido y atesora todo cuanto uno desearía para sí mismo. El actor, de limitada capacidad gestual y actoral, escoge un agraciado papel que engrandece su trabajo sin demasiado esfuerzo y bajo el que puede concentrarse en su aspecto por encima de todo rasgo interpretativo.  Efron aparece aquí acompañado de una correcta Taylor Schilling que, si bien desaparece en cuanto comparte pantalla con alguno de sus compañeros de reparto, lucha con éxito por salvar del desinterés a un personaje que navega profundamente en las aguas de los estereotipos de la madre soltera.

Lo único a lamentar de una película tan inofensiva es su apalancamiento como género surgido de la nada que parece cuajar entre el espectador menos avezado. Descubrir que el filme hubiera funcionado igualmente sin sus ridículos trucos argumentales no hace más que fortalecer la idea de que hay aquí un material ciertamente desaprovechado. Cuesta creer que Scott Hicks se haya prestado a dirigir semejante material argumental, quizás existan razones personales para hacerlo o, muy seguramente, razones comerciales capaces de relanzar carreras por sí mismas. Al final sí es cierto que Cuando te encuentre nos hace llorar a todos, aunque sea por motivos muy diferentes.