La Mujer sin Cabeza (Lucrecia Martel, 2008)

MujerCabeza

Las películas de Lucrecia Martel son como punzadas en el corazón. Van directas a nuestros temores, a escarbar en lo más hondo de nosotros, de nuestro subconsciente, y nosotros, como espectadores, acusamos esa ausencia de diálogo y de evidencias simbólicas para enfrentarnos con un desasosiego continuo, en los que la película se torna, de forma muy sutil, en un breve combate contra nosotros mismos.

 

En ese sentido, Martel es toda una maestra en el arte de contar historias. Sus premisas de partida recuerdan al cine de Antonioni, pero esas excusas narrativas aparentemente arbitrarias que disparan el relato sirven aquí para otro fin muy diferente, que no es otro que esa exploración continua del yo interior, de las tensiones interiores que desgarran nuestra naturaleza y ponen del revés un mundo de frágiles cimientos de los que es muy fácil desprenderse.

 

El atropello de un niño que juega en la calle (rodado con maestría) dispara toda una película que sólo sucede en la mente de la protagonista, un difícil personaje que se vuelve cada vez más hermético, apresada por el temor que le ha causado el accidente. Finalmente, identificarse con ella resulta imposible. Lo único que podemos hacer es alejarnos de ese drama en lo personal  e intentar resolver otras capas narrativas, como esa omnipresente crítica a la clase social burguesa que articula todo el relato y que sirve para poner en contraste las preocupaciones del personaje con las del resto del mundo.

 

Martel crea miedo, crea tensión, porque sabe hablar de lo cotidiano con tanta cercanía que apabulla. Su gusto por crear situaciones angustiosas la ha llevado a convertirse en una autora con una habilidad extraordinaria para la creación de tensiones abrumadoras, sin embargo, en ese proceso la propia historia se diluye en la búsqueda de una tensión constante que no dé respiro  al espectador.

 

La película permanece tan fuerte en sus convicciones que se vuelve tal y como la protagonista: un filme hermético, una historia sin ninguna posibilidad de permeabilidad, de lectura de sus múltiples y estilizadas capas, sin posibilidad de bucear en sus imágenes compuestas de maravillosos encuadres (una puesta en escena sin igual en el cine contemporáneo, otro valor añadido de la directora). El diálogo con el espectador desaparece. La tensión se convierte en algo ajeno, y de repente, sin darnos cuenta de cómo, nos ha dejado de importar.

 

* En España, la película ha sido estrenada en algunos cines bajo el título ‘La Mujer Rubia’, que también resulta acertado pero insuficiente. El título original es, sin duda, mucho más elocuente.