En 1894 Claude Debussy estrenó su famoso Preludio a la siesta de un fauno, con aquel solo de flauta que iniciaba la obra en solitario y que se convertía en la frase musical a través de la cual flotaba y navegaba todo el entramado orquestal de una pieza maestra.
La frase con la que se inicia la banda sonora de War Horse, ese solemne solo de flauta que pareciera desprovisto de dueño, de época o de lugar, bien podría ser el Preludio a la siesta de un fauno del cine, sin la trascendencia que tuvo aquella para la historia de la música, pero sí con la belleza y la perfección magistral de una orquestación sublime.
En ese primer corte, Dartmoor, 1912, se despliegan los motivos y melodías con los que John Williams trabajará durante todo el desarrollo del score, además de mostrar en todo su esplendor la portentosa gracia con que otorga a la sección de violoncellos de la orquesta esa potestad para narrar los momentos de acción y aventuras que contiene la cinta.
En Learning the call puede apreciarse la mano maestra de Williams para componer un tema que logre combinar ese clima patriótico y honorable que tanto gusta crear a Spielberg en sus filmes con un desarrollo juguetón e intrascendente que ilustre con eficacia la relación de amistad entre el joven protagonista y su hermoso caballo.
War Horse es un trabajo superior en tanto que el torrente de inventiva del maestro compositor está entregado con esfuerzo en su mayor esplendor. Y aún cuando la partitura no tiene un tema reconocible y recurrente que sobresalga de entre el brillante entramado orquestal, sí que contiene una sencilla célula que aparece sólo en los momentos más sentimentales y que contiene mayor emoción que muchas otras obras de gran profundidad de la historia del cine que ilustran momentos más poderosos e importantes que lo que pueda acontecer en esta película.
Remembering Emilie, and Finale, contiene ese sencillo tema que se despliega con naturalidad y poderosa emoción contenida para narrar las secuencias finales de la historia. Si durante toda la partitura la orquestación era de una brillantez abrumadora, aquí todo se apaga y se dilata para dar paso a la melodía principal como verdadera protagonista. Los fuegos artificiales se apagan, y quedan sólo los sonidos de mayor autenticidad, los que mejor pueden abrazar esa sensación de nostalgia que proponen los últimos minutos de War Horse y que la banda sonora ilustra con encanto.
The death of Topthorn es otro corte clasico del John Williams más propio de los tiempos de guerra, género al que no pocas veces ha tenido que acercarse. La habilidad del maestro para unir las sensaciones de orfandad, de tragedia, y a la vez la belleza cósmica de la ternura de aquellos momentos donde la humanidad de los personajes es puesta a prueba, supera en muchas ocasiones las virtudes de lo narrado. Es una música que resulta tan poderosa que acaba engullendo a otros apartados artísticos.
Al igual que ocurre con las películas de los grandes cineastas, ¿es necesario señalar una obra musical de Williams como imprescindible, o es uno de esos autores cuya firma implica, casi de manera incuestionable, la necesidad de considerarla como uno de los mejores trabajos de su año? A diferencia de su anterior Tintín, en la que el espectro sonoro es igualmente brillante pero la composición olía a desidia y desinterés por parte de su autor, su trabajo aquí es del todo arrebatador, haciendo convivir la épica con la ternura, la gracia con el drama, la tragedia con la belleza.
Incluso cuando no ha acuñado una melodía reconocible y memorable, decisión de estilo que puede defraudar a muchos admiradores, War Horse se erige, más que como una simple banda sonora, como un monumento compositivo, a la altura de las grandes obras de su género.