No es casualidad que la Venus de Urbino, obra de Tiziano, aparezca sobre una de las paredes de La piel que habito. Son obras hermanas, y una está proyectada en la otra. Almodóvar señala cuando se le pregunta por ese detalle su deseo de establecer con ello la idea de que, tiempo atrás, en esa casa se cultivaba la belleza. Pero al igual que en la mayoría de los símbolos de sus filmes la presencia del cuadro ofrece múltiples y enriquecedoras lecturas.
Mark Twain describió la obra de Tiziano como «La pintura más grosera, vil y obscena del mundo». Escrito hace más de un siglo, no dista mucho de las críticas recibidas por La piel que habito en nuestros días, como si Almodóvar prefigurase las reacciones contrarias que su nuevo artefacto iba a generar en un espectador poco preparado para una cierta evolución artística en la carrera del director. «Siendo una película de Almodóvar, esperaba algo distinto», es el comentario más escuchado entre los espectadores menos avezados. Almodóvar ya había entregado toda una película para relatar su deseo de un cambio profundo como autor (Los abrazos rotos, 2009) pero nadie parece haber advertido el aviso. Se siguen esperando de él los mismos relatos sin ceder una oportunidad al descubrimiento de lo nuevo.
La piel que habito es la Venus de Urbino del cine de nuestros días, una obra que resulta escandalosa, desagradable, que parece centrada en querer convertir en sublime lo ridículo, puro atrevimiento, poco entendimiento. Si en Tiziano la obra refleja la más pura evocación del deseo, en Almodóvar el deseo se transforma en obsesión, en el tema central de una filmografía que trata de mostrar el amor más apasionado en sus manifestaciones físicas y en las pulsiones más violentas del hombre.
«Vera» adopta la postura y el aspecto de Venus por ser junto a ella el definitivo objeto de deseo, un deseo que no es otra cosa que el amor que ha desbordado del todo sus cauces. Y en esa figura que parece querer imitar al cuadro, en ese enésimo y hermoso diálogo entre pintura y cine, se encuentra la base de un relato que no quiere hablar de otra cosa que de belleza, de una belleza castigada y desterrada del mundo por el egoísmo del hombre. Es muy posible que, tal y como le ocurrió a Tiziano con su obra, Almodóvar deberá esperar más de un siglo para que alguien reconozca a La piel que habito como una película importante.